sábado, 25 de octubre de 2014
Hogar y espacio habitable (Huehueteotl, dios del hogar azteca)
El comparativismo no siempre es efectivo; puede incluso prestar a confusión; pero también es cierto que creencias distintas puedan revelar aspectos de una misma realidad, o expresar una visión del mundo parecida.
Comparar mitos griegos y aztecas no tiene sentido. son culturas que nunca se relacionaron, propias de tiempos y espacios muy distintos. Pero, cada mito puede ser visto como una manera de evocar, en una legua personal, y recurriendo a fórmulas distintas, una realidad parecida.
Hestia o Vesta, la divinidad del hogar en Grecia y en Roma, era una diosa. Se mostraba sentada, en el centro del hogar. Constituía el punto de origen a partir del cual se organizaba el espacio habitable, iluminado por la lumbre sobre la que velaba. El fuego que controlaba y alimentaba brotaba de las entrañas de la tierra. Eran un fuego asociado al mundo de los muertos, al espacio donde moran los antepasados que, desde las profundidades protegen el hogar de los vivos, sus descendientes, opuesto al fuego del sol. Muerte, pero también vida. Hestia se sentaba sobre una protuberancia de la tierra que recordaba un vientre grávido: era el ombligo de la tierra a punto de dar a luz.
Huehueteotl era la divinidad, masculina, del hogar para los aztecas. La vida que aportaba era propia del universo masculino. Pero Huehueteotl se equipara con Xiuhtecuhtli, el dios del fuego que brota de las entrañas de la tierra, el fuego volcánico, asociado al espacio de los muertos.
Huehueteotl se representaba sentado. Se ubicaba en el centro del espacio doméstico, considerado el ombligo del mundo: el punto que conectaba con el origen de la vida. De hecho, sus santuarios solían ser domésticos, no templarios. Era el origen de la vida: de ahí su aspecto envejecido. Pero también portaba la llama de la vitalidad, que permitía que el espacio se convirtiera en el lugar donde la vida se alumbraba: su aspecto anciano contrastaba con el vigor de los miembros y su aspecto decidido, propio de un guerrero joven.
Hestia se sentaba sobre un trípode o un brasero situado sobre el abultado ombligo de la tierra. Huehueteotl, en cambio, portaba un brasero sobre la testa. Se trataba de un cuenco de donde la vida ascendía. Una cenefa recorría el borde del brasero. Hendiduras verticales recordaban las llamas ascendentes, que alternaban con rombos, que simbolizaban los puntos cardinales, o apuntaban a ellos.
De este modo, Huehueteotl era la divinidad que controlaba tanto el origen cuando los ejes con los que se podía ordenar el espacio. Mientras Hestia necesitaba la presencia complementaria de Hermes, el dios de los caminos y las comunicaciones, Huehueteotl asumía ambas funciones. En tanto que dios del fuego era el dios de la vida, es decir el dios del espacio ordenado, o que ordenaba, ya que la vida no podía prender un un espacio caótico. El fuego echaba luz sobre un espacio desbrozado en el que la vida se asentaba: se instalaba, se centraba -de ahí que pudiera recorrer el espacio pues siempre tenía un punto o un espacio de anclaje, un hogar donde regresar-, y se adentraba en la tierra para pedir la protección de los antepasados.
Con quien Huehueteotl se asociaba era con el dios Tlaloc, el dios de la lluvia que la tormenta aporta. Esta insólita asociación -el fuego del volcán se distingue del de los rayos, por lo que no cabría compararlos- podría interpretarse como la unión de los contrarios, que dibuja el círculo de la vida, o reforzar lo que el fuego aporta: la vida, que acaba fructificando cuando la lluvia cae. Tlaloc moraba en una cueva, en el corazón de una montaña, donde se almacenaban bienes que el dios atesoraba y protegía antes de libraros a los hombres. La cueva de Tlaloc era similar al hogar de Huehueteotl, si bien su carácter funerario estaba más marcado, lo que no hacía sino insistir en el control que Huehueteotl ejercía sobre el ciclo vital, y sobre el espacio -hogar, matriz, tumba- propio de la vida humana.
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