jueves, 5 de febrero de 2015
Estética y arqueología , III: la reina Puabi en los años 20
Corrían los años veinte. Las mujeres norteamericanas habían logrado el derecho de votar. muchas se habían sumado al mundo laboral tras la primera Guerra Mundial -que aceleró, más que dañó, la economía norteamaricana. El papel de la mujer "decente", tradicionalmente integrado o limitado al ámbito familiar, se desintegraba.
En enero de 1928, Charles Leonard Woolley halló la tumba de la reina Puabi en la ciudad sumeria de Ur, en lo que hoy es Iraq. Ya en diciembre de 1927, intuía que estaba a punto de lograr un hallazgo sensacional. Las excavaciones en lo que Woolley llamó las Tumbas Reales de Ur -célebre por ser la supuesta patria del mítico Abraham-, en el cementerio urbano situado no lejos del zigurat, en pleno corazón de la urbe -si bien, el cementerio precedía seis siglos la construcción del ziggurat (la montaña sagrada simbólica en el centro del recinto templario dedicado a Nanna, el dios-luna protector de Ur)-, estaban dando frutos sorprendentes desde 1924, cuando la excavación de la tumba del rey (?) Meskalamdug.
Puabi era una reina, una noble o una sacerdotisa. Su título tiene múltiples significados. No aparece citada en ninguna lista real sumeria. Murió a los cuarenta años. era de complexión baja. Reina o no, el ajuar funerario era deslumbrante; el más valioso que jamás se haya encontrado en Mesopotamia. La tumba se hallaba en el Cementerio Real -nombre posiblemente acertado, ya que reyes conocidos sí fueron enterrados en este recinto. Comprendía, amén de las joyas de oro y piedras preciosas y semi-preciosas que recubrían la cabeza y el pecho, y ornaban los brazos, un carro, una lira, vasijas y tres sirvientes sin duda sacrificados. Una rampa de acceso, cubierta con servidumbre ejecutada, y carros, conducía hasta la entrada de la tumba, si bien estudios recientes han sugerido que la tumba de Puabi tuvo que estar precedida por una rampa, pero la que se halló debía corresponder a otra tumba, no hallada. No lejos se encontraba la tumba, también precedida por una rampa sobre la que descansaban sirvientes (soldados, músicos, etc.) ejecutados, de un rey. Woolley pensaba que se trataba del esposo de Puabi. Hoy se duda de la relación que Woolley estableció entre ambos personajes, ya que Puabi no parece que hubiera tenido esposo. No se sabe si reinó sola o fue tan solo una regente. sí se intuye que fue un personaje posiblemente real o poderoso.
Lo que sorprendió a la prensa de los años veinte fueron, por un lado, la modernidad del rostro de la reina (modelado a partir de retratos de mujeres árabes de la época y, posiblemente, de actrices de Hollywood, lo que otorgaba un aire decididamente actual a los rasgos de Puabi, de la que se conservaba el cráneo aplastado, que no permitía ninguna reconstrucción facial fidedigna). Pero también sorprendió que la reina se maquillara y llevara joyas que una "mujer moderna podía portar". Esta imagen estaba también acentuada por el hecho que las joyas de Puabi, halladas aplastadas o desperdigadas, fueron reconstruidas o remontadas con la ayuda de un joyero inglés de los años veinte, llamado Ogden, que, inconscientemente sin duda, rehizo las joyas según el gusto imperante en los llamados años locos que precedieron la Gran Depresión de 1929.
Un largo artículo en el St. Louis Post, del 28 de septiembre de 1930, bien ilustrado a todo color, llama la atención, Destaca que la mujer moderna ha entrado en la vida laboral, y se mueve con soltura en el mundo externo. Ya no vive recluida en el espacio doméstico. Esa libertad venía acompañada de cierta masculinización de rasgos y costumbres. por ejemplo, el maquillaje había caído en desuso. Parecía que las mujeres habían dejado de lado su "feminidad".
Puabi ofrecía, en cambio, un ejemplo maravilloso de una mujer fuerte, que mandaría posiblemente a varones, y que, sin embargo, cuidó su aspecto. Maquillada, enjoyada, se mostraba tanto como una "reina" cuando una gobernante. Su figura no alteraba el papel asignado a la mujer, el imaginario masculino de la mujer.,
Este doble aspecto de Puabi -cuyo maquillaje ya no remitía al de las prostitutas decimonónicas- pareció fascinar tanto a los periodistas -algunas estudiosas han apuntado: varones- cuanto al público en general. La imagen de Puabi correspondía a la de una actriz poderosa de Hollywood. No es de extrañar que la imagen de Greta Garbo en la película Mata Hari, de 1934, estuviera compuesta a partir de los retratos de la reina Puabi que la prensa divulgaba. Si Puabi interesó y deslumbró -solo hace contar el sin número de artículos periodísticos que le fueron dedicados-, es porque respondía a los temores de la sociedad norteamerticana de finales de los años veinte. Su imagen poderosa cobró aun más fuerza tras la Gran crisis económica de 1929.
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