viernes, 20 de febrero de 2015
Mapa del fin del mundo (Navigational chart -Rebbilib-, s. XIX, The Metropolitan Museum of Art, Nueva York)
Éranse islotes rocosos que salpicaban el ponto y aserraban el horizonte. El océano Pacífico chocaba con las rocas, y las aguas se dividían en fuertes corrientes que se arremolinaban alrededor de los riscos.
Las Islas Marshall constituyen un paraje marítimo por el que un marinero sin experiencia no puede navegar. Las aguas arrastran las barcas y las estrellan contra las rocas.
Los navegantes que se atrevían a desplazarse de isla en isla, en el siglo XIX y a principios del siglo XX, tenían un conocimiento certero de la posición de los islotes y sobre todo de las corrientes y los remolinos.
Componían mapas con delgadas ramas de cocotero. En éstos señalaban algunos de los más graves obstáculos, de manera alusiva. Solo ellos podían leer estos mapas. Las cuadrículas, las líneas y los nudos respondían a un conocimiento secreto de las fuerzas ocultas del mar.
Antes de echar la barca al agua, estudiaban los mapas. No los llevaban consigo, no solo porque las aguas podían pudrirlos o deshacerlos, sino porque hubiera quedado a la vista que temían la mar y desconocían sus corrientes.
Los mapas eran trazas cifradas. Facilitaban el recuerdo de los peligros del océano, pero no los divulgaban. Cada marinero se fabricaba sus mapas según códigos desconocidos para los profanos. Las líneas correspondían a corrientes, y los nudos a islas o rocas que no sobresalían, y que solo ellos conocían.
Se han conservado muy pocos mapas.
El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York expone uno en las salas permanentes de objetos de Oceanía.
Quizá una de las piezas más sencillas, puras y mágicas del museo.
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