La diosa Cibeles llegó en barco de Pérgamo a Roma en 204 aC.
La Segunda Guerra Púnica entre Cartago y Roma estaba en su punto álgido. Aníbal había llegado desde Hispania a las puertas de Roma con un ejército que incluía, lo nunca visto, elefantes. La guerra afectaba todo el Mediterráneo, desde Fenicia y Grecia hasta Hispania. Cada bando buscaba y obtenía apoyos. Los romanos habían perdido todas las batallas. El avance cartaginés era implacable. Aníbal esperaba en Capua la llegada de la primavera para dar el golpe definitivo. El Mediterráneo occidental iba a ser suyo. Etruria y Grecia nada podían hacer.
Los senadores consultaron los Libros Sibilinos que guardaban todas las profecías que Apolo había enunciado por medio de su sacerdotisa, la Sibila de Cumas, no lejos de Neapolis (Nápoles). El texto enunciaba que en caso de un grave problema, Roma debía ponerse bajo la advocación de la diosa Cibeles. Enviados mensajeros al santuario apolíneo de Delfos, en Grecia, la respuesta del dios a través de su sacerdotisa griega, la Pitia, corroboraba lo que los libros sagrados contaban.
Mas Cibeles no se hallaba en Roma ni en los alrededores. Es posible que algunos griegos, asentados en el sur de la península sintieran devoción por esta diosa, pero ésta moraba en el Mediterráneo oriental. Su santuario principal se hallaba no lejos de Troya.
La diosa se hallaba físicamente en su santuario. Mas su espíritu no poseía una imagen más o menos naturalista y antropomórfica, sino que se hallaba en una piedra negra: un monolito cúbico similar al que preside el recinto sagrado de la Kaaba. De hecho, Kybele es la diosa de este lugar.
Cibeles era una diosa poderosa. Diosa-madre, madre de todos los dioses, virgen y madre al mismo tiempo, su hijo, Attis, era un dios supremo que se sacrificaba voluntariamente para que el mundo y los humanos renacieran. Daba su vida y su sangre, con la que se comulgaba, para que el mundo no acabara.
El santuario de Cibeles se hallaba en poder del rey de Pérgamo. Roma envío una delegación y logró un prodigio: la cesión de la piedra negra, después que un terremoto hubiera convencido al rey que la diosa quería partir a Roma. De hecho, partía hacia su tierra. Roma había sido fundada por el príncipe troyano Eneas, al concluir la guerra, que acostó en la península itálica en una nave construida con planchas de madera procedentes de los bosques sagrados de Cibeles.
No bien Cibeles desembarcó, se le ofreció el templo de la Victoria a la espera que las obras de su templo, que se construyó en lo alto del monte Palatino, concluyeran.
La fachada del templo no miraba hacia el foro sino hacia el abrupto acantilado que vierte sobre el campo de Marte.
Años más tarde, a los pies del templo, se dispondría el Circo Máximo. Las carreras se celebraban a la vista de la diosa cuando las puertas de su templo permanecían abiertas.
Cibeles descendió a la arena. Una efigie suya cabalgando un león se ubico en la espina central del circo. Las carreras se celebraban en su honor.
Cibeles estaba familiarizada con esta práctica religiosa. Solía desplazarse en un carro tirado por leones. Éstos, amansados, simbolizaban la naturaleza indómita dominada por la diosa. El rugir de las fieras y el vibrar del carro cuando Cibeles recorría el mundo, recordaba el viento helado que barría las estepas anatólicas en invierno y, en general, el mundo agostado tras la llegada del invierno. Era entonces cuando Cibeles se ponía en marcha. A su paso, lentamente la tierra se desperezaba y el ciclo de la vida aletargado, despertado y atraído por la diosa, reemprendía.
Las carreras en el Circo Máximo, así como en cualquier circo romano, recordaban los desplazamientos de Cibeles. Éstos, a su vez, imitaban los movimientos de los astros que regulaban el paso cíclico de las estaciones. Gracias a las carreras, bajo la advocación de la diosa, se aseguraba que el mundo no llegaría a su fin, que el día sucedería a la noche.
Una de las representaciones más singulares del circo Máximo se halla en un mosaico hallado en Barcino que guarda el Museo Arqueolíogico de Cataluña (MAC) en Barcelona. La carrera de cuadrigas y jinetes tienen lugar bajo la atenta mirada de Cibeles, sentada en un león, que constituye el centro del Circo. Toda da vueltas alrededor suyo. Es el centro del mundo que asegura que las órbitas, siempre atraídas y organizadas por ella, se desenvuelven regular, rítmicamente.
Ya sabemos, a través de una entrada anterior del blog, que Barcino -y luego Barcelona- estaba protegida por Cibeles a través de Santa Eulalia, un remedo o cristianización de la Sibila, la profecía de Cibeles.
Se podría decir que Cibeles fue la primera patrona de Barcelona.
Ya solo hace falta que el Ayuntamiento de Barcelona reclame que la estatua de la diosa, subida en un carro tirado por leones, que se halla en el centro de Madrid, sea enviada a su ciudad, como comenta irónicamente algún cargo municipal.
¡Ay, qué he dicho!
Si la Diosa se aparece a Artur sin miedo I y le pide ser rescatada de los orcos madrileños....
ResponderEliminarNada ni nadie puede resistir a Artur...
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