Ahiqar era visir de Licurgo, el emperador de Asiria. Su padre era un griego emigrado a Oriente. No tenía hijos pero había adoptado a su sobrino. El emperador no podía vivir sin él. Le solventaba, con astucia, toda clase de problemas.
El faraón era quien causaba conflictos. Gustaba de rivalizar con el emperador planteando acertijos irresolubles que Ahiqar solventaba al momento. El emperador ganaba siempre y se iba quedando con parcelas de Egipto.
El faraón planteó entonces un nuevo enigma imposible de cumplir esta vez: construir una torre en el cielo.
El emperador se desesperó. Un día en que el sobrino de Ahiqar, celoso del puesto de su tío en la corte, lo denunció ante el emperador, éste ordenó que su visir fuese arrestado y ajusticiado. Ahora no cesaba de lamentar su mortal decisión.
Pero el soldado que había recibido la orden de ejecutar a Ahiqar confesó que desobedeció: Ahiqar se hallaba preso.
El cielo se abrió al emperador. Ahiquar fue liberado y, tras escuchar el problema, afirmó que tenía remedio. Pidió que se le entregaran niños y águilas y que, a poco, se avisara al faraón; la justa podía empezar.
El faraón estaba tranquilo. Sabía que Ahiqar había muerto Nadie podía hallar una solución a semejante reto: construir una torre que no descansara en nada, sin cimientos, pero que no florara arrastrada por los vientos sino que se mantuviera recta. Una torre inútil. Un trabajo virtuosista, carente de función, que no atendiera a nada. No uniría nada, permanecería en "tierra" de nadie, entre el cielo y la tierra, como una aparición.
Pero llegó la noticia de Asiria: podía emprender el viaje hacia la frontera con el imperio.
Ahiqar trajo lo que había pedido al encuentro. Los niños se subieron a lomos de las águilas que alzaron el vuelo pero no se dispersaron porque, desde tierra, soldados las mantenían atadas a largas cuerdas.
Ahiqar pidió al faraón que le entregara ladrillos.
"¿Pero cómo podía hacerlos llegar hasta arriba?";
Ahiqar respondió al faraón:"Si mi señor ha hecho lo más difícil, disponer a los albañiles en el cielo, ¿no iba el faraón cumplir con la tarea más sencilla y remitir unos cuántos ladrillos?".
¿Quién era el más hábil?
Y el faraón perdió ante el emperador las tierras que hasta entonces había ganado.
Este cuento popular, de tradición oral, fue redactado en Asiria hacia el siglo VII aC, en asirio o arameo (se conserva una copia sobre pergamino del siglo II dC). Se divulgó por Persia y llegó hasta la India. Grecia también lo conoció: Ahiqar se convirtió en Esopo, el fabulista (que quizá no existiera nunca), al servicio del emperador de Asiria, tal como e narra en la Vida de Esopo redactada en la Roma imperial. Por fin, la fábula fue utilizada por padres de la iglesia para narrar la gran obra del apóstol Tomás -un palacio suspendido en el aire para el rey de la India-, adoptado entonces como patrón de los arquitectos en la Alta Edad Media -y hasta hoy- tras lograr una obra tan prodigiosa que se extendía por toda Asia ya que incluía en sus jardines el Paraíso, el monte Olimpo y los jardines colgantes de Babilonia.
Los arquitectos lo debemos todo a la astucia del visir Ahiqar; construir libres de la apremiante pesadez de la materia, edificar un sueño o una visión
No hay comentarios:
Publicar un comentario