Un vestíbulo es un espacio interior, común en edificios públicos y privados. Se diferencia de la entrada propiamente dicha, pues se trata de una zona de tránsito entre los espacios interior y exterior. Una entrada da acceso, pero detiene a quienes no se les concede el honor de llegar hasta el centro de la casa. Tras el filtro que la entrada establece, el vestíbulo ya forma parte del espacio interior pero aún constituye una zona que se recorre. Nadie se queda en el vestíbulo.
Las casas romanas disponían un altar en el vestíbulo: estaba dedicado a la diosa Vesta. Hija de Saturno y Ops -la diosa de la abundancia, representaba con unas espigas en la mano, a quien se ofrendaban las primicias y los recién nacidos para que les aseguraba larga vida-, Vesta, cuyo culto era similar al de su divina madre, velaba sobre el fuego del hogar. Protegía el espacio doméstico, así como el centro de las ciudades, al cuidado de las vestales: éstas debían permanecer vírgenes: de este modo, no estaban asociadas a ningún clan, a ninguna casa, y podían atender a la casa común sobre la que Vesta reinaba. La diosa mantenía viva la llama de la casa, aseguraba la prosperidad y la longevidad del linaje familiar. Cuidaba que los espacios exteriores, carentes de límites, se infiltraran y desordenaran el acotado espacio interior.
Quienes eran aceptados en el seno de la casa debían desprenderse del vestido que portaban en la calle que abandonaban en el vestíbulo. La toga se plegaba y se guardaba en el vestidor, un cofre ubicado en el vestíbulo. Éste era pues el lugar donde un ciudadano, acostumbrado a la vida pública, se convertía en un ser casero, privado. El espacio propiamente doméstico empezaba, bien defendido por la presencia de la diosa Vesta.
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