Un raro verbo latino, urbo, emparentado con el sustantivo urbs, ciudad amurallada, significaba trazar los límites de la ciudad. Aquel verbo, que se escribía también urvo, estaba asociado igualmente a la palabra urvum que designaba el mango de un arado.
Estas relaciones evocan bien el mito fundacional de Roma y los relatos históricos de la fundación de cualquier ciudad o colonia romana. La fundación empezaba con el trazado, con un arado, de un surco circular o cuadrado que marcaba en la tierra los límites de la ciudad o el perímetro del área sagrada. Este surco, además, permitía la expulsión de los espíritus nefastos y ayudaba a que la ciudad se enraizara en la tierra.
Urbo se podría traducir por urbanizar, ya que urbo no significaba solo fundar una ciudad, sino cultivar la tierra. En efecto, ambas acciones consisten en una intervención sobre la tierra que se traduce en el trazado de una o unas líneas, unos surcos, que pautan, delimitan y parcelan la tierra, introduciendo profundamente figuras geométricas en la tierra indivisa. A través de esas acciones, la tierra se ordena, se domestica -palabra que deriva de domus, casa.
El gesto y el resultado eran calificados de urbanus. Se mostraban de manera urbane. El adjetivo urbanus significa educado; el adverbio, educada, civilizada, espiritualmente. El cultivo de la tierra y la fundación de la ciudad, unían la tierra -la materia- con el espíritu. Las construcciones, los campos manifestaban la presencia del espíritu en la tierra. La ordenación del espacio era el medio con el que los hombres conectaban con lo alto o, mejor dicho, lograban que el espíritu se encarnara y se manifestara entre los hombres. El gesto convertía una selva en un espacio civilizado, y los humanos se volvían humanos precisamente cuando cultivaban y edificaban, cuando se cultivaban. Ya que el gesto del agricultor y del constructor, en último término, tenía como resultado la formación del ser humano, la conversión de un ser en un humano.
Gracias por la postal.
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