Nabû. Su nombre significa El Llamado -el Anunciado (el Mesías)-, o el Brillante.
Reinaba en Babilonia antes de ser adorado en Asiria.
Era hijo de Marduk, el dios supremo babilónico. Era el Hijo.
Nieto de Ea o Enki, el dios mesopotámico de las artes, la arquitectura y la magia. Algunos teólogos, sin embargo, consideraban que hijo del mismo Enki en su faceta de dios constructor (cuando Enki edificaba recibía el nombre de Nudimmud).
Nabû nunca perdió la relación con la arquitectura, con los hogares, en particular, que su padre -o su abuelo- fijaron.
"La solidez de un edificio,
la estabilidad de sus cimientos están en Tus manos", rezaba un himno.
La fertilidad de la tierra estaban también bajo sus cuidados: controlaba las aguas de regadío que su padre, Enki, hacía correr por los canales que trazaba.
La mayoría de los textos insisten en la importancia de las manos del dios. Dios de las manualidades, y de la mano que rescata, y que bendice. Manos salvadoras, que modelan y protegen.
Nabû velaba por el destino del mundo. Bajo su responsabilidad se hallaban los fundamentos (los me), los principios del mundo y de la acción en el mundo: era el dios de las esencias, de la ética y la estética. Las fiestas de Año nuevo en Babilonia, que regeneraban el mundo, acontecían en su templo.
Éste, en la ciudad de Borsipa, al sur de Babilonia, era el garante del ordenamiento del cosmos. su templo se llamaba Ezida, que significa Casa (E) de la vida y de la Rectitud (Zid). Se trataba de un edificio modélico, modelo de todos los templos.
El destino estaba en sus manos: lo trazaba con un cálamo en una tablilla de arcilla húmeda. su esposa tardía, Nisaba, era precisamente, la diosa de la escritura. Los acontecimientos memorables, los edictos eternos, las imborrables trazas del universo estaban puestas por escrito, al cuidado de Nabû.
Dios bondadoso, los ancianos y los que nada tenían eran quienes más le imploraban. Algunos himnos a Nabû son hermosos, turbadores. Poseen la grandeza, la humanidad, de las plegarias de Job. Un anciano, desesperado, intentó suicidarse echándose desde la terraza del templo de Nabû. Pero el dios le devolvió el gusto por la vida y descendió.
El culto a Nabû se extendió incluso por el imperio romano hasta bien entrado el siglo III dC. Su asociación con la edificación, el cuidado de los enfermos, los sin-hogar, le llevó a ser equiparado con el dios greco-latino Apolo.
Hace dos días, Nabû ha muerto en Nínive, al norte de Iraq. El ISIL ha volado su templo -parcialmente reconstruido-, la base de cuyos muros aún se destacaban claramente sobre la tierra.
"¡Oh Señor! ¿Cuánto tiempo durará aún la oscuridad
en mis días de apuros?"
(Plegaria a Nabû, 29, Benjamin R. Foster: Before the Muses. An Anthology of Akkadian Literature, p. 699)
Gracias por la entrada, es una perdida por demás dolorosa, considerando que es producto de la estupidez humana.
ResponderEliminarPá ponerlo en palabras de Luis Eduardo Aute:
Todo lo entiendo, Dios mío,
todo lo entiendo
menos el desastre
de crear el lastre
de la necedad...
¡Qué necesidad
tanta necedad!
¡Qué necesidad!
Saludos
Necedad... Ésa es sin duda la palabra que mejor cuadra, combinada con ceguera y cinismo. Cuántas "ces" sibilinas....
EliminarMuchas gracias por el post.
ResponderEliminarNabû no ha muerto, ocurre que está oculto a casi todos, ya que ha sido perseguido tanto en oriente como en occidente.
Nabû es, en parte, un dios cercano, cuyas funciones son asumibles o comprensibles hoy en día. Logró perdurar hasta finales de la antigüedad, lo que es una muestra de la devoción que suscitaba, de las necesidades a las que satisfacía.
EliminarGracias por el comentario