Ya el mito de Atenea y Aracne contaba la trágica contienda entre dos tejedoras, una divina -Atenea- y otra humana. Aracne se vanagloriaba de tejer más rápidamente y de realizar dibujos mucho más finos en los que las puntadas no se distinguían a simple vista que la diosa y demostró, tras una contienda, que no mentía, por lo que la diosa, colérica, la metamorfoseó en una araña. así Aracne (que significa Araña) podría dedicarse a su pasatiempo favorito toda la vida.
Este tipo de relato que narra un enfrentamiento entre un dios y un imprudente o iluso héroe hábil en la práctica artística, que acaba cruelmente para aquél, no es extraño en la mitología griega. Marsias fue colgado boca abajo de un árbol y despellejado vivo por haberse atrevido a competir con el dios Apolo en la interpretación de la flauta. Los dioses griegos no soportaban la emulación.
Las vidas de los artistas griegos, más o menos verdaderas, están salpicadas de anécdotas que contaban la rivalidad entre artistas -una versión moderna, quizá más sórdida, relata el enfrentamiento entre Barceló y un ayudante suyo (o un artista rival). Sea o no cierta la acusación, sí sigue un modelo clásica que muestra como la obra de arte es el fruto de una lucha, entre artistas, o entre un artista y consigo mismo, con sus fantasmas y temores, como contaba Louise Bourgeois.
Estas luchas podían tener lugar durante competiciones reguladas como la que se estableció entre Policleto, Fidias y otros escultores, para determinar quién ejecutaría la estatua de la Amazona Herida para el templo de Ártemis en Éfeso. En otros casos, la lucha era más juguetona o ensañada. Las sucesivas intervenciones de los pintores Zeuxis y Parrasio, a escondidas uno del otro, en un mismo cuadro para determinar quien lograría una composición más ilusionista, entraron pronto en la leyenda.
Los Juegos píticos tenían lugar en Delfos cada cuatro años, un año antes que los Juegos Olímpicos. Su antigüedad es cierta, si bien se desconoce cuando se llevaron a cabo por vez primera. Una reforma en el siglo VI aC determinó la manera como se llevarían a cabo hasta el siglo V dC.
Los Juegos, cuentan los mitos, fueron instituidos por el dios Apolo. Como cualquier juego, no consistían en una actividad profana -"lúdica"- sino sagrada. Apolo había logrado apoderarse de Delfos tras una dura contienda con la diosa ancestral que velaba en aquel lugar montañoso, tan antigua que tenía la forma de una descomunal serpiente. Se llamaba Pitón y era hija o nieta de la diosa de la tierra, Gea, a quien algunos autores antiguos atribuían la primera propiedad de Delfos. Una versión tardía aclarada la inquina con la que Apolo se enfrentó a Piton, cuyo cuerpo troceó y cuyos restos dejó pudrir (puthô, en griego, significaba dejar pudrir): Apolo y su hermana gemela Ártemis eran hijos ilegítimos. Nacieron de la unión de Leto y Zeus -o de la violación de la diosa-. Habiendo tenido noticias del engaño, Hera, la esposa de Zeus, envió a Pitón para que persiguiera a Leto y le impidiera descansar para dar a luz.
Pero Pitón era una divinidad. Apolo debía expiar el crimen. Es por esta razón que instituyó los Juegos píticos, y por lo que la sacerdotisa que enunciaba los designios del dios, sentada sobre la tumba de pitón, en el centro del templo de Apolo, se llamaba la Pitia. La voz con la que balbuceaba las palabras de Apolo provenían de las profundidades de la tierra.
Los juegos consistían en una composición poético-musical cuyo tema era la lucha de Apolo y Pitón. Posteriormente, competiciones deportivas -como las carreras de carro- similares a las que se llevaban a cabo durante los Juegos olímpicos, se añadieron al programa de los actos religiosos. Finalmente, en el siglo V aC, un concurso de pintura fue introducido. Timagoras de Calcis venció al hermano de Fidias, Panaino, quien, a su vez compitió en Corinto.
Se competía en habilidad y en ingenio. Las obras debían engañar los sentidos -humanos y divinos, si bien se suponía que los dioses se dejaban engañar. Las obras se copiaban, se citaban, se reproducían, precisamente para mostrar, con leves modificaciones, como un mismo texto podía adquirir valores insospechados gracias a levísimos cambios, que testimoniaban del ingenio, de la mano diestra y de la mano izquierda del artista. La obra de arte no se realizaba en un taller solitario, a escondidas, sino a plena luz del día. Era el fruto de un juego. Apenas se declaraba un vencedor se organizaba un nuevo juego. Las victorias humanas duraban lo que dura un juego: un soplo.
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