Recientes estudios, en el mes de mayo de este año, en un yacimiento neo-sumerio en el norte de Iraq, que comprende un "tell" o colina artificial en la que yace sepultada una gran capital fundada por el rey asirio Tukulti Ninurta I en el siglo XIII aC y ampliada y reformada por el emperador Sennaquerib en el siglo VIII aC, han puesto en evidente un hecho que hasta entonces ha pasado desapercibido, y que debería, si se pudiera aun, verificar en otros yacimientos mesopotámicos: la reutilización cíclica de la misma tierra.
Los muros se construían con adobe: ladrillos crudos, secados al sol, recubiertos, en el mejor de los casos, por ladrillos de terracota (cocidos), más resistentes al agua y la intemperie, que también se utilizaban para el pavimento de salas en contacto con el agua -tales como baños-, para patios y terrazas -habituales en la arquitectura y el urbanismo monumentales neo-asirios- al aire libre, y para accesos nobles, como amplias rampas de acceso.
¿De dónde procedía la ingente cantidad de arcilla? Se ha pensado que solía extraerse de los campos cercanos. Mas éstos se cultivaban. Por otra parte, la masa de arcilla necesaria era tal que se habrían creado profundas hondonadas en la tierra, incapacitándola para los cultivos imprescindibles.
Es posible, por tanto, que la arcilla procediera de zonas de deshecho: montículos creados artificialmente, en zonas traseras de las ciudades, invisibles para quienes llegaban ante las puertas de la ciudad, compuestos por ladrillos de adobe de derribo. Las construcciones de tierra tan solo compactada y secada al sol no aguantaban más de treinta o cuarenta años. el agua -rara pero violenta, recordemos que el mito del diluvio no es gratuito en Mesopotamia- y el viento desfondaban los edificios. Una parte de los fragmentos de los ladrillos se compactaban in situ, a fin de obtener una superficie plana sobre la que se volvía a edificar, alzando así lentamente el nivel de la ciudad -que acabarían conformando los actuales "tells"-; otra, era desplazada a un extremos del "tell", precisamente, de donde era, posteriormente extraída para volver a modelar ladrillos para las nuevas construcciones.
Éstas, por tanto, se construían, una y otra vez, con el mismo material. La tierra se modelaba, se deshacía y se volvía a conformar durante siglos, de manera que los campos cultivados que rodeaban la ciudad no quedaban afectados. Por otra parte, la destrucción de los edificios, causada directa o indirectamente por los dioses debido a la impiedad o na falta del monarca, solo duraba un tiempo, pues aquellos renacían a partir del mismo material con el que habían sido levantados la primera vez. Los edificios aparecían así como organismos vivos que crecían, desfallecían y reaparecían en el mismo lugar sin alterar el entorno -aunque, seguramente, las preocupaciones ecológicas no existirían-, pero sí la conciencia que toda construcción es una alteración del entorno que debe ser rápidamente reparado -ya que la creación tiene un origen divino- por lo que la construcción debe parecerse lo más posible a la creación natural o divina.
Siglos más tarde, Aristóteles escribiría que el arte debe ser imitativo, imitando no las formas naturales, como se creyó equivocadamete en el Renacimiento, sino los procesos vitales naturales, cuya última causa remite al Demiurgo.
Agradecimientos por la explicación a la dra. Maria Grazia Masetti-Rouault (École Pratique des Hautes Études, Paris)
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