Acceso al Museo Soulages en Rodez (Francia)
Maquetas y bocetos de las vidrieras (Museo Soulages, Rodez)
Fotos: Tocho, septiembre de 2016
El pintor francés Pierre Soulages recibió el encargo de crear vidrieras para la basílica de Conques a principios de los años noventa: una iglesia de peregrinaje románica, en el camino de Santiago, del siglo X, una de las más altas y esbeltas del mundo cristiano -muy lejos de la atmósfera cavernosa del románico pirenaico. Insertada en un estrecho valle, domina el diminuto pueblo de Conques cuyas casas de adobe y madera parecen asediar y alzar, a la vez, la abadía. La planta organiza un recorrido -una imagen ideal del peregrinaje por la tierra, hacia el altar aureolado por la luz matutina que inunda el ábside.
Las vidrieras y rosetones de Soulages, cuyas maquetas se conservan en el reciente (e inadecuado a las obras expuestas) Museo Soulages de Rodez (obra de los arquitectos RCR) se componen de un vidrio translúcido, hallado tras un año de pruebas, que incorpora diminutas perlas de vidrio repartidas de manera irregular -aunque calculada- en la masa. Las numerosas vidrieras -casi un centenar- que recorren la totalidad del perímetro del templo -y que sustituyen a mediocres intervenciones de la posguerra- están recorridas por líneas negras paralelas equidistantes, verticales, horizontales y, casi siempre curvas. Las líneas son son un eco de las lineas principales de la iglesia. verticales de la columnas y curvas de los arcos y las bóvedas. Para Soulages, las formas geométricas son propias de las formas materiales, sometidas a la tirantez de la materia; las formas celestiales, en cambio, ondulan, se hinchan o decaen según el viento, el soplo del espíritu. Tan solo las tierras cultivadas, en la que se marca la impronta de las líneas del cielo que ordenan la materia informe, presentan pautas semejantes a las ondulaciones regulares del empíreo: tierras marcadas por el trabajo del hombre -ora et labora-, a imagen del monje cisterciense, por las que pasan los peregrinos.
Las vidrieras son como velas, marcas del soplo celestial.
El tono casi opaco, la ausencia de color, la discreta regularidad de las líneas, unen los paramentos vidriados a los muros, de manera que las ventanas no sean percibidas como desgarros en el muro sino que brindan continuidad a los paramentos que envuelven -como una vela- a los fieles de paso -real y metafórico-. La continuidad de los muros brinda una sensación de seguridad, a la que la luz difusa evita una impresión de opresión. Las vidrieras no ilustran o adoctrinan. Solo revelan el esplendor luminoso de la divinidad que vela o difumina su rostro, del que se perciben rasgos sueltos.
A la altura -o casi- de las vidrieras de la capilla Matisse en Vence.
No hay comentarios:
Publicar un comentario