Lo que no consiguieron empresarios a buenas con la dictadura franquista, quizá lo logren al fin un desinteresado grupo de propietarios de fincas, promotores -que han creado un buen número de empresas unipersonales estos días- y políticos tránsfugas, junto con antiguos cargos del anterior gobierno catalán: poner fin a la singularidad de Tossa de Mar -en la Costa Brava- y alcanzar finalmente el enladrillado ininterrumpido de toda la costa catalana -bien complementada con la valenciana y la murciana.
La peculiaridad de Tossa no tenía demasiado mérito. Una costa abrupta y un paisaje montañoso en la retaguardia dificultaban el acceso. La carretera costera no estaba siquiera asfaltada hace cincuenta años.
El problema de Tossa es que pierde el potente turismo de borrachera en favor de Lloret y San Feliu -y más lejos de la distinguida Calella de Mar. Apenas han discotecas, bares musicales, etc., por lo que los ingresos por fiestas y clínicas de desintoxicación son escasos y la imagen del pueblo queda gravemente dañada por estas limitaciones. Parece de otre ápoca, como si no hubiera sabido ponerse al día.
Si no ocurre ningún impedimento, se construiría un inmenso puerto deportivo, junto con un hotel y casas de veraneo en un lugar particularmente adecuado: unos acantilados abruptos. No se ha podido demostrar la presencia de la mafia ucraniana -que solucionaría muchos problemas-, por lo que se desconoce de donde procederán los fondos.
Pero al menos, la hiriente imagen de una costa aun brava quedará solucionada. Tossa será moderna
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