martes, 14 de febrero de 2017
Teoría del arte (la cuadratura del círculo)
Foto: Tocho, Solsona, febrero de 2017
Una de las imágenes más célebres de los museos catalanes formaba parte de un fresco románico, del siglo X, de la iglesia hispanomusulmana de San Quirce de Pedret. Comúnmente conocida como El orante de Pedret, muestra a un ser humano (¿?), visto de frente, los ojos bien abiertos y los brazos en cruz, dentro de una doble circunferencia sobre la que está posado un pájaro.
Esta enigmática efigie, interpretada como un hombre rezando, es, según el director del Museo Diocesano de Solsona -que conserva este fragmento de fresco-, un mandala: revela una influencia oriental. Representa la cuadratura del círculo -que toda obra de arte trata de solventar. El ser humano es el hombre prototípico, cuya postura apunta hacia las cuatro direcciones del espacio. Se trata de un símbolo material o carnal, encajado dentro de un símbolo celestial. La imagen simbolizaría el universo, con el mundo material o visible, ejemplificado por el hombre -un mundo ordenado, compuesto- en la parte inferior, coronado por el mundo celestial evocado por el espíritu figurado por un pájaro. Los brazos extendidos del hombre no expresarían ninguna entrega a la divinidad sino que manifestarían la perfecta orquestración del mundo terrenal casi elevado por el mundo celestial.
Si esta sugerente explicación fuera cierta nos hallaríamos ante una imagen que evoca la creación o estructura del mundo hindú. En efecto, según los Veda, el universo resultó de la proyección del hombre universal, llamado Purusa, sobre la diosa material, maternal Pakrti. Purusa aceptó extenderse, los brazos en cruz, sobre la tierra. De la unión del hombre primordial -de su entrega sacrificial a la materia, de su descenso hacia lo opaco, de su voluntad de iluminar la materia- con la tierra -la materia primigenia fecundada y fecundante- se formaría el universo.
Esta imagen, que Leonardo de Vinci, retomaría en su conocido emblema del hombre universal, simboliza lo que la obra de arte es y persigue: la unión de la Idea y la Materia.
La concepción hegeliana -inspirada en Oriente- según la cual el arte manifiesta el descenso y el recorrido del espíritu sobre o en la Materia, hasta su retorno, en obras cada vez más desmaterializadas y luminosas, antes de proseguir su ascenso a través de la filosofía -el arte de pensar el estatuto del mundo-, sería una variante de la concepción del arte como un mandala.
En la India, sin embargo, la proyección ideal consiste en un descenso. Éste no es vivido como una degradación, como ocurría en Platón -para quien la unión del carro celestial del alma y el cuerpo se vive como una tragedia: la unión resulta del descarrilamiento del carro que se precipita involuntaria y trágicamente hacia la tierra, y apenas consigue, tras recuperarse, volver a su espacio original. La idea -que el carro alado simboliza- permanece en la tierra, alumbrándola, alumbrando obras, no porque ésta sea su misión, sino por su incapacidad para librarse del peso material. La obra de arte, para Platón, es una tragedia (una hermosa tragedia, que se disfruta aunque no debería existir ni producir disfrute alguno)-.
Pero Purusa se sacrifica, se desmiembra incluso para cubrir, para iluminar toda la materia, el cuerpo entero de Pakrti. Por el contrario, para Hegel, la unión entre el Espíritu y la Materia pasa por varias fases que se superan las unas a las otras, hasta que el arte, que exige dicha unión, desaparece o deja de tener sentido, incapaz de cazar el vuelo ascendente del espíritu cada vez más desligado del mundo terrenal.
Toda obra de arte intenta resolver la cuadratura del círculo: un empeño imposible de lograr, pero que no se puede dejar de intentar. Se han buscado toda clase de soluciones o vías de escape: desde la divinización de la materia -que prescindiría de la necesidad de la idea- hasta su proscripción, poniendo en acento, por el contrario, en la idealidad, en la idoneidad de la idea solitaria. Entre éstos extremos, las obras de arte manifiestan todos los matices de una relación difícil y dolorosa pero ineludible. La propia erncarnación divina cristiana se saldó con la muerte de la divinidad, sucedida por su liberación material, que conllevó su desaparición visible y la exigencia de su retorno, anticipado, anhelado por la creación artística.
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