domingo, 5 de marzo de 2017

MARCEL PROUST (1871-1922), LA ARQUEOLOGÍA Y MESOPOTAMIA

Una de las obras que más y mejor reflejan la fascinación occidental moderna por los relieves y por las tablillas persas y asirios, y por la cultura mesopotámica en general, es la novela seminal de Marcel Proust A la búsqueda del tiempo perdido –origen de la novelística moderna, que poseía un libro sobre la historia de Egipto y de Mesopotamia de Gaston Maspéro (Lectures historiques. Histoire ancienne. Égypte. Assyrie, Hachette, París, 1892. Proust poseía una edición de 1912 que le había sido regalada). 

Los procedimientos y la finalidad de la arqueología, así como la archivística neo-asiria, están el origen de la obra. Ésta bucea en el pasado, sepultado bajo ingentes capas de tierra y de derribos, a la búsqueda de fragmentos incontaminados que permiten reconstruir el pasado, o tener la sensación que el pasado fluye hacia la conciencia, haciéndose, mas, por unos momentos, presente antes de desvanecerse. Esta búsqueda de un pasado fragmentado, que no revive sino que se vive por vez primera –cuando el pasado era presente pasó desapercibido-, se asemeja al trabajo del arqueólogo, sobre todo de quien excava en Mesopotamia, donde el barro sepulta los restos construidos también con barro, y cuyo descubrimiento revela ciudades, palacios y vidas que cobran vida y desaparecen para siempre. Del mismo modo, parecía que los asirios hubieran querido luchar contra la pérdida, registrando –grabando honda y agotadoramente- sobre tablillas de arcilla todas las incidencias de los reinados. La novela como la arqueología lucha contra el olvido del que rescata, casualmente, fragmentos que evocan vivamente una totalidad, una vida plena que no se vivió en su momento (Kazuyoshi Yoshikawa: “ Proust and Archaeological Discovery”, Christie McDonald & François Proulx (eds.): Proust and the Arts, Cambridge University Press, 2016, ps. 101-11). 

El trabajo y los objetivos del arqueólogo también influyeron en la imaginativa concepción y exploración de la mente de Freud –que coleccionaba antigüedades, entre éstas babilónicas (Malcom Bowie: Freud, Proust and Lacan: Theory as Fiction, Cambridge University Press, 1987, p. 11)

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