El poder de una imagen reside en sus mirada. Los ojos de los retratados, que nos siguen mientras rondamos la imagen, nos pueden seducir, atrapar o lanzar el mal de ojos. Los ojos pueden aterrar.
Por tanto, la mejor manera de neutralizar su poder consiste en cegar la imagen (como si la ceguera causada fuera a cegar la persona en carne y hueso).
Así se evitaba el mal -o se evitaba que nos atrapara- que una figura podía causar en el Imperio bizantino.
No solo en Bizancio...
Un paradójico sentido homenaje al poder y las fascinación de la imagen en la Barcelona de hoy mismo.
No fuera que le entregáramos nuestra alma.
Y tomáramos los votos.
De esto a la quema de libros hay un paso.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Espero que algún día vuelva el sentido común, aún lejos
Eliminar