martes, 26 de diciembre de 2017

El Espíritu Santo

el filósofo Hegel consideraba que la obra de arte tenía como función expresar sensiblemente "el espíritu". Éste, un tanto confusamente, era definido como lo que los seres humanos compartimos: algo propio, personal y, al mismo tiempo universal. El espíritu era, así, lo que nos mantenía unidos, creaba comunidades perdurables que compartían unos mismos valores. Este espíritu, sin embargo, es tanto que ser invisible, debía manifestarse sensiblemente de algún modo. La obra de arte era, entonces, el vehículo gracias al cual los hombres visualizaban dicho supremo valor, lo exponían ante ellos para tenerlo siempre presente, para que pudiera estar en contacto con las comunidades que creían en él. Espíritu invisible y lejano, a principio, al que no se le podía dar rostro. De ahí que las artes "primeras" fueran tan esquemáticas o "toscas". Mas, con el paso e los siglos, la conciencia de lo que era dicho espíritu se fu aclarando. Éste, por su parte, se iba acercando, precisando. Y, ya visible, casi cercano, los hombres descubrieron que el espíritu tenía el mismo rostro que ellos, que podían dialogar con él, que podía morar entre ellos. Las estatuas griegas dieron fe de esta revelación. Pero existía aún cierta distancia que, poco a poco, se fue acortando. Lo propiamente humano ya no era un rostro, sino el brillo en los ojos de este rostro, es decir, un alma. Y el espíritu se encarnó, y poseyó a los hombres. La gracia recibida fue correspondida. Los hombres alabaron al espíritu humano, su fe en la condición humano. Y compusieron poemas y cánticos, y simbolizaron lo propia, lo verdaderamente humano, cuando descubrieron el arte del retrato y, en él, la importancia de la mirada que, hasta entonces, había pasado desapercibida. La mirada era lo que caracterizaba al ser humano, su capacidad de mirar y de dar forma y sentido al mundo prestándole atención.

Le llamada Estética de Hegel (un texto compuesto por alumnos suyos a partir de notas de clase) bebe, seguramente, de la compleja figura del Espíritu Santo. Ni siquiera sería una versión profana del almo.
El espíritu Santo es una figura divina compleja. Forma parte de la Trinidad. Ésta conjuga tres facetas divinas: el padre, el Hijo y el Espíritu o Soplo.
El dos cristiano es complejo (más, seguramente, que el hebreo y el musulmán, más cercano a los dioses paganos y, al mismo tiempo, capaz de trascenderlos). Es uno -el único dios-, por un lado, pero no "existe" fuera de sus relaciones consigo mismo. Dios no es dios (una figura de una pieza) sino que solo puede ser comprendido bajo las formas que adopta (formas que no son avatares, como en la religión hindú pero que se aproximan a aquéllas). Es cierto que los dioses paganos tampoco se conciben aisladamente, sino solo en relación a otros dioses con los que comparten unos mismos valores, sus hijos, en ocasiones. Pero los dioses paganos no son (como) sus hijos: tienen "personalidades" distintas. Éstas deben estudiarse conjuntamente para entender a cada dios, pero , todo y las relaciones que mantienen, también manifiestan diferencias.
Dios Padre (dios en tanto que Padre) manifiesta su capacidad de proyectarse, de salir de sí mismo. Dios no está en sí, encerado en sí mismo, sino que existe o se manifiesta en el movimiento que tiende hacia su Hijo. dios se desdobla, de algún modo, y se convierte en su Hijo. Las propias formas que adopta o asume, de padre y de Hijo, implican la existencia de su parte contraria. Un padre requiere a un hijo, el cual no es concebible en ausencia de la figura del Padre. Dios, por tanto, solo existe en este tránsito: está en el movimiento de apertura y de donación, dando su figura y sus valores a su Hijo. Éste, a su vez, no es tampoco una figura solitaria. Se abre al Padre: está en estrecha relación con él (aunque no siempre lo entiende, como ocurrió cuando el Calvario). Si éste no existiera, si Dios no se hubiera vuelto padre, el Hijo, que comunica con los hombres, ni existiría ni tendría sentido -el sentido que su padre le concede.Este sentido, que el hijo recibe, lo comparte. Es decir, lo lega a los hombres. El hijo les ofrece el espíritu. Éste es un don divino. No tiene rostro. Los regalos son cualquier cosa  entregada con devoción y aceptada con agradecimiento. El espíritu es una gracia que adopta formas de ligereza, aéreas: es una paloma, o una llama, una súbita pasión que enciende a los hombres y les dota de luces. De pronto son capaces de abrirse a los demás y de entenderlos. El espíritu santo fue regalado por el Hijo de dios a los apóstoles, los cuales se aprestaron a divulgar la buena nueva, a fin de ilustrar, de iluminar a los hombres. El espíritu es una luz que permite ver incluso en el corazón de los hombres a quienes les brilla de súbito la mirada cuando por fin solventan el problema básico: hallan, dan con una respuesta a lo que son, a lo que somos. Y pueden, puesto que se reconocer, compartir esta revelación.
   

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