"Cuando los dioses crearon a la humanidad,
es la muerte la que reservaron para la humanidad;
la vida eterna, la obtuvieron para su destino propio.
(...)
La gente, como una caña de cañaveral
ve que se trunca su familia.
Al hermoso joven,
A la hermosa joven,
Temprano se los lleva la muerte.
Nadie ve nunca a la muerte;
nadie oye nunca
la voz de la muerte,
pero es la furiosa muerte
la que trunca la humanidad.
Un día levantamos la casa,
otro, sellamos un contrato de matrimonio,
otro, se reparten la hacienda los hermanos,
y otro, rencillas en este país.
Un día subió el río;
trajo la riada:
una libélula flota en el río.
Su rostro mira
de cara al dios del sol:
de pronto,
¡ya no hay nada!
El deportado y el muerto
¡cómo se parecen uno y otro!
No pueden trazar la figura de la muerte.
A un hombre nunca le ha dado un muerto
los buenos días en este país.
Los Grandes dioses
estaban reunidos.
La diosa hacedora de los destinos
decretó junto con ellos los destinos:
implantaron la Vida y la Muerte;
de la Muerte, no revelaron su fecha"
(Sin-leque-unninni: El Que Vio lo Más Hondo -hoy conocido como el Poema de Gilgamesh, c. 1200 aC-, X, 299-322)
Basado en la traducción de Joaquín Sanmartín, Raymond Jacques Tournay y Aaron Shaffer
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