Existen palabras sacras y profanas, poéticas, mágicas o enigmáticas, propias de distintos ámbitos (judicial, comercial, médico, académico, etc.), comprensibles e incomprensibles, pronunciables y que no se pueden enunciar ni siquiera conocer, palabras anodinas y peligrosas, eruditas y vulgares, palabrotas, juegos de palabras, retruécanos, jeroglíficos, palabras directa o indirectamente relacionadas con entes, seres y acciones (metáforas, metonimias, oximorons -que forman parte o instituyen un oximoron-, ...), pero, todas ellas, solo tienen sentido si se insertan en estructuras gramaticales correctas y se relacionan de manera previsible o sorprendente, pero siempre capaces de enunciar o revelar una verdad.
Políticos, recientemente, han usado -enunciado y gastado- reiteradamente la expresión: hacer república (no sabemos si con una "erre" mayúscula o minúscula).
¿Hacer? Se hacen cosas -hacer, en griego, se decía poieoo, de ahí que la obra por excelencia, la obra perfecta, fuera la poesía-, y los magos hacen autómatas o seres animados, -se puede hacer el payaso, es decir, comportarse como un payaso sin serlo, como se puede hacer el animal, hacer daño, hacer o hacerse el loco, hacer luz de gas, o hacer el bien o el mal: acciones u obras que reciben un determinado calificativo moral-, pero ¿qué significa hacer república? ¿es una cosa, un ser, o una cualidad que afecta a la obra hecha?
No se trata de "hacer la república" -aunque una república, como una monarquía, como todo sistema de gobierno, dictatorial, oligárquico o asambleario, se organiza, se instituye y se legisla, pero no se hace, porque la república no es un ente, sino una estructura o un ámbito pautado que permite "hacer" "cosas"-, sino de hacer república: una palabra sin artículo. En las lenguas latinas (español, catalán, italiano...), todas las palabras comunes vienen precedidas de un artículo determinado o indeterminado, y solo los nombres propios carecen de artículo. Y éstos no se hacen. Hacen.
Por tanto, "hacer república" no significa nada.
No sabemos si esta expresión se utiliza intencionadamente porque nada significa -estaríamos entonces ante palabras huecas o palabrería- o porque se desconoce el significado y el valor de las palabras, su uso correcto. En ambos casos, se falta a la palabra.
Que un político falte a la palabra, que cometa faltas, que no de valor a la palabra, para quien la palabra no significa nada o no tiene importancia -y, por tanto, se puede utilizar sin ton ni son-, cuando la palabra dice lo que las cosas son -y son porque se enuncian correctamente, entes y seres que acontecen ante la llamada-, dice sobre su concepción de la política -que es el arte de articular comunidades, velando que las palabras no hagan daño si se las lleve el viento, que sean justas (las justas para organizar vidas en común)- y de sí mismo: miente a sabiendas o denota ignorancia. ¿Tiene méritos para gobernarnos, pues? ¿Le tenemos que tomar la palabra?
Importa lo que dice, sin duda, porque dice quien o lo que es....
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