Una reciente entrevista periodística acerca de las censuras recientes de obras recientes llevó a la pregunta acerca del deber del arte o del artista de provocar. Si el arte moderno o contemporáneo se caracteriza por su supuesta desobediencia, su capacidad por no responder a ninguna orden, el arte no debería provocar si la provocación fuera una exigencia.
Pero el arte puede provocar sin que nadie se lo pida. La provocación, en tanto que artística, en este caso, opera con los medios del arte: con las formas o maneras. El tema no es el medio de la provocación, sino el modo cómo se manifiesta dicho tema. dicho de otro modo, la composición pianística de John Cage, titulada 4´33´´, que da a escuchar la nada (o el silencio) toda vez que el pianista no debe tocar techa alguna pese a situarse ante el piano y respetar los tiempos determinados por el artista -silencio que nunca puede escucharse, porque no existe, ya que el silencio solo reina en el mundo de los muertos, a los que quizá dicha composición otorga voz, la voz silenciada, la voz del silencio enmudecido- provoca -porque nos pone ante lo que no existe-, mientras que unas fotos convencional, previsiblemente pixeladas, de presos supuestamente políticos, tituladas Presos Políticos, no merece nuestra atención porque no ofrece más que lo que esperamos. No hace falta contemplar la obra para saber en qué consiste.
El arte puede provocar, y podemos reconocer que nos ha provocado: es decir, literalmente, nos ha interpelado. La voz provocadora -toda voz provoca porque llama, interpela, y no cabe voz provocadora que la que no emite sonido, inesperadamente, la voz queda, ya que nos mantiene en tensión, sin saber cómo reaccionar, pensando qué deberíamos hacer y pensar- nos remueve, remueve nuestros principios. Y podemos renunciar a dejar de lado nuestra seguridad, nuestras convicciones. Es decir, podemos hacer oídos sordos a la provocación. La indiferencia, o la reacción alterada, son posibles, quizá previsibles. Cuando interpelamos esperamos una respuesta. Respuesta que nos puede dejar sin voz.
Por tanto, no cabe indignarse si una obra provocadora es censurada, puesto que dicha reacción, de algún modo, es buscada y bienvenida.
Pero esta reacción solo tiene sentido si la obra provoca. Las obras que provocan no gritan. Suelen ser serenas, calladas. Pueden incluso pasar desapercibidas -hasta que alguien cae en ellas. Los dadaístas -y el pintor Morandi: ambos dedicados al cuidado del objeto casi invisible- fueron quizá los artistas más provocadores. Provocan porque no se distraen -ni distraen- y porque no dan importancia a su obra -que no trata "grandes" y nobles temas. Provocan por su forma de expresarse -dan voz a los objetos-, a los que casi no se les oye ni se les ve. Muy lejos de algunos "provocadores" actuales, más bien patéticos en sus denodados esfuerzos por provocar.
Bien dicho, patético es la palabra adecuada, pese al entusiasmo que despertó esta obra al ser precisamente censurada. Hoy ya olvidado el tema.
ResponderEliminarJuan Francisco Ferré también lo ha tratado, a mi gusto, también acertadamente: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2018/03/censura.html
Un saludo
Tiene usted razón. Ha pasado un mes y la obra tan polémica supuestamente ha caído en el olvido. ¿Cuántas personas Iran próximamente a verla en el museo de Lérida?
EliminarMuchas gracias también por el enlace al texto excelente de Juan Francisco Ferré que anota con tanta razón a la indiferencia como mal mayor de un arte que quiere ser “provocativo” cuando lo que provoca es su obviedad o su mediocridad. Gritos sin neuronas, como bien comenta este autor, no llevan muy lejos
Gracias nuevamente
A Ud. y a su buena cabeza
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