El tiempo no lo borra todo.
Los escribas del Medioevo andaban faltos de pergaminos. Las sociedades anteriores al año mil carecían de bienes materiales que, por el contrario, eran habituales en el Imperio Romano. Recurrían, entonces, a hojas ya escritas. Rascaban cuidadosamente la tinta para poder disponer de una superficie lisa y limpia sobre la que volver a escribir. Este proceso podía repetirse un par de veces.
Mas, las trazas de las escrituras anteriores no han desaparecido totalmente. Como si de un yacimiento arqueológico que conserva capas de huellas de distintas ocupaciones en el tiempo en un mismo lugar se tratara, hoy, técnicas láser permiten leer allí donde no se ve nada y rescatar textos olvidados, desconocidos.
Se sabe de artistas que han creado borrando obras ajenas. La obra resulta del borrado. El gesto, materializado en el papel, gracias al que una imagen se desvanece casi completamente, da lugar a una obra que expone la desaparición de una obra anterior, quedando tan solo trazas borrosas, difuminadas, como la flotante sonrisa del gasto de Cheshire, que aparece y se esfuma rítmica y calladamente. El pintor Rauschenberg se dio a conocer borrando un dibujo del artista mucho más prestigiado entonces de Kooning.
Pero se puede crear borrando "nada". "Nada" desaparece, pese a que se borra. Lo que se borra no existe. Se borra una hoja en blanco. Pero, borrando se manifiesta que allí no hay nada; se pone en evidencia una ausencia. De algún modo, se produce una aparición. Lo que no existía acaba existiendo porque se ha borrado. Y no se puede borrar nada. De algún modo, algo debería haber estado allí.
El artista español Ignasi Aballí creó una de las obras modernas más poéticas a finales de los años noventa: Gran error. Se halla (¿?) en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). Se ubica sobre una de las grandes paredes blancas del museo. Y, sin embargo, es invisible. Nadie, en verdad, sabe si aún existe. Mas, cuando existía, cuando se tenía constancia que se había realizado, tampoco se percibía. En un gesto que aúna poesía, pintura y arquitectura, Aballí fue cubriendo una superficie rectangular del muro blanco con tipex, un producto común en mecanografía: un líquido blanco espeso que permite cubrir letras o líneas con una delgada capa blanca que permite volver a escribir a máquina, sin faltas esta vez. Las "pinceladas" eran cortas y regulares. Fueron cubriendo una porción de la pared. Ésta desapareció.
Aballí no actuó como un pintor o un constructor encalando una pared o cubriendo con una lechada un fresco caído en desgracia, como ha ocurrido tantas veces en la historia -preservando así, paradójicamente, los colores originales de las pinturas cubiertas. No preparaba un lienzo en blanco. Su gesto no tenía como fínalidad disponer de una superficie lista para volver a ser pintada, o un muro encalado, o de un muro encalado. No cubrió indiscriminadamente. En verdad, no cubría. Pintaba. Cada pincelada estaba pensada. Se aplicaba según unas pautas. Es cierto que una pincelada siempre recubre un lienzo o una superficie de base. Pero esta cubrición da nacimiento a una figura que aparece. En el caso de la obra de Aballí, la aparición se producía. Pero era invisible. No se distinguía del muro blanco. Era una aparición desmaterializada, que hacía desaparecer, además el muro, escondido por el corrector blanco. Extraño, perturbador gesto que produce una obra plástica que se funde con el soporte hasta hacerlo desaparecer. Un corrector blanco siempre borra -un error. El muro,. o la concepción de una imagen pintada, en este caso, es el error que el correcto señala y elimina. Porque la verdadera imagen no está ante sino en nosotros. somos nosotros, con nuestra imaginación, la que damos carta de ciudadanía, y sentido, a la imagen. La verdadera imagen es invisible. Con la imaginación podríamos hacer desaparecer el mundo -si tuviéramos tiempo y fe.
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