Imaginémonos una reunión en un ayuntamiento en la que se decide ceder una capilla de estilo gótico tardío y renacentista, desacralizada y en desuso a un museo de arte contemporáneo cercano de nueva planta que necesita ampliar el espacio expositivo.
El museo presenta problemas en su concepción espacial debido a que el encargo nunca especificó qué obras ni de qué género acogería. Tan solo se sabia que serían "contemporáneas" -es decir, que podrían ser cualquier cosa (o nada, como una obra de Tino Seghal).
La capilla permitiría ampliar el museo con un coste comedido.
Usted es un nuevo responsable municipal. No acepta la decisión anterior. Quiere, se intuye, dejar una huella en la ciudad. Pero se supone que quiere ser juzgado como alguien que vela por la salud de los ciudadanos.
Un centro asistencial, ubicado en un edificio que es patrimonio de la ciudad, se halla cerca del museo. Aquel necesita reformas -tanto para adecuarlo a nuevas necesidades como por la edad del edificio y su frágil construcción en tiempos poco boyantes.
Niega ayudas para la reforma.
La degradación se acentúa.
Llegan las primeras quejas de usuarios y trabajadores.
Decreta usted, entonces, que cabe una solución urgente. No se puede jugar con la salud de los súbditos. Lo más fácil y rápido consiste en recurrir a un edificio ya existente desocupado a fin de trasladar los servicios asistenciales.
¿Dónde se puede encontrar un edificio de tales características?
No hace falta devanarse los sesos: la capilla, antes asignada al museo, se convertirá en un nuevo centro de salud. El museo deberá buscar nuevos espacios fuera de la ciudad -o donde quiera, pero nunca cerca.
De este modo, queda patente que Usted se preocupa del bienestar físico de los ciudadanos (o de la "ciudadanía"), que el anímico que dudosamente puede aportar el arte contemporáneo no es urgente ni quizá necesario.
Y, así, Usted asciende políticamente.
Un sórdido cuento que nada tiene que ver con la realidad
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