La imagen naturalista (cuyo tema o contenido se reconoce visualmente, por parte de observadores familiarizados con este tipo de representaciones) suscita emociones, reacciones amigables o de rechazo.
Una imagen se halla entre dos mundos. Ni enteramente terrenal, ni perteneciente totalmente al mundo ideal, la imagen se asoma a nuestro mundo visible desde ese "otro mundo", sorteando o neutralizando las barreras entre ambos universos. La imagen media entre ellos. Permite explorar, otear, desde la tierra, desde nuestro punto de vista, qué ocurre en el mundo invisible. Una imagen emana y se asoma a nuestro mundo.
Una imagen desdibuja los límites que trazamos alrededor de nuestro mundo; limites que definen y emplazan lo que nos rodea, los entes y los seres con los que nos rodeamos. La imagen trastoca nuestro mundo conocido. La imagen es familiar, pero, al mismo tiempo, encarna o trae a colación lo extraño, lo desconocido, que se inserta entre lo que estamos acostumbrados. Una imagen causa extrañeza. Desorienta. Rompe las convenciones. Complica el mundo conocido.
Ante ella, por tanto, cierto estupor. Y el deseo de hacerse con ella y con lo que aporta, como si encerrara un tesoro del que solo disponemos una "imagen", o el deseo de borrarla, para evitar hallarnos, desde entonces, en un terreno en el que perdemos todas nuestras referencias, abocados a mundos de los que nada queremos saber.
La imagen nos mueve y nos conmueve. Suscita atracción o rechazo; suscita, posiblemente, un doble movimiento, temeroso, de avance y retroceso, como si quisiéramos simultáneamente apoderarnos de la imagen y borrarla de nuestra vista. La vista que aporta nos abre los ojos y nos deslumbra.
Los cuentos populares, a menudo, tratan de la extrañeza, la extraña familiaridad que la imagen despierta. Así, el drama de la Blancanieves gira en torno a un espejo. Los espejos cuentan la verdad. La narran o la muestran. Los espejos nunca mienten. Y revelan lo que quizá no queremos ver. Nos traen noticias de lo que acontece a lo lejos. Los espejos son catalejos que nos acercan a realidades que no querríamos que ocurrieran, que, al menos, no querríamos que nos afectaran. Espejito, espejito: ¿quíén es la mujer más hermosa?, preguntaba, día tras día, la Reina a su espejo. Un día, éste le respondió de manera inesperada; le respondió con una frase que la reina temía (y aguardaba). La realidad, crudamente comunicada por el espejo, sin filtros, causó el fin de Blancanieves (y de la Reina, en verdad, muerta abrasada por los celos).
La maldición de un hada despechada sumió a la Bella Durmiente en el sueño eterno. Un rey vino a pasar cerca de su lecho. Fascinado por la pálida joven yaciente, semejante a una hermosa estatua de mármol, movido como Pigmalión, la violó. La joven alumbró a gemelos, el Sol y la Luna, que años más tarde, se acercarían al palacio.
El rey se acerca a la joven, no porque esté muerta -no se asemeja a un cadáver-, sino porque parece viva, viva como una estatua naturalista. Evoca la vida aletargada. El rey intuye que la joven petrificada no podrá despertarse. Pero se comporta como si ésta pudiera acceder a sus deseos. La joven, como una imagen, se halla entre dos mundos: el mundo de los vivos y el de los muertos; el mundo de los seres animados y el de los entes inanimados. Y, como toda imagen, no pertenece enteramente a ninguno. Cada lado mira hacia los dos mundo antitéticos, que comulgan gracias a la imagen.
Los muertos parecen revivir, y los vivos parecen estar poseídos por la paz de los cementerios. El mundo se aquieta; y un imperceptible rubor tiñe a los muertos. No cobrarán vida, ciertamente, y los vivos nunca podrán entrar en el mundo de los muertos pero, por una vez, la barrera infranqueable no parece un obstáculo definitivo. La imagen permite soñar (que el conocimiento de lo que se halla detrás de ella es posible).
La imagen es el medio que los hombres nos hemos dado para figurarnos lo que desconocemos, sin caer en la desesperación o el terror, pero guardando el respeto ante lo desconocido. La imagen un una puerta entreabierta e infranqueable, que suscita toda clase de temores y de deseos.
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