viernes, 3 de agosto de 2018
Naturalismo y abstracción (el juicio estético)
El llamado monumento a la Victoria, en el centro de Barcelona, era motivo de polémica tanto por las causas que lo originaron como por lo que representaba: una compleja estatua de bronce que mostraba a una figura femenina clásica, con una corona de laurel, levantando el brazo derecho estirado ofrendando espigas de trigo, y portando una pequeña estatua de la diosa de la Victoria (Atenea Niké) en la otra: Una estatua dentro de una estatua, una "mise-en-abyme" (una imagen que acoge otra, idéntica o estructurada del mismo modo, dentro de sí). El gesto -brazo levantado- y el título de la alegoría - Victoria-, mas que la imagen en sí -una estatua neo-clásica, típica del Novecentismo o del regreso al orden de los años 30- ha suscitado tales reacciones negativas ante el contenido de la obra -cuya forma no se aparta de las formas clásicas tradicionales- que la escultura ha sido retirada.
Sin embargo, esta estatua formaba parte de un conjunto. Se adosaba a un obelisco de granito -que también celebraba, faraónicamente- una victoria (o "la" victoria -de las tropas franquistas). El obelisco sigue en pie. No molesta. Nadie lo mira.
El arte no naturalista ¿no suscita reprobaciones? ¿Reaccionamos solo ante efigies en las que nos reconocemos?
En 1981, la estudiante de arquitectura china de Harvard, Maya Lin (1959), que contaba veintiún años, ante la sorpresa general, ganó el concurso para un monumento dedicado a los soldados fallecidos en la Guerra de Vietnam, que debía erigirse en un parque de Washington. Pese a que se le considera el monumento más hermoso y sugerente del siglo XX, suscitó de inmediato el rechazo de asociaciones de antiguos combatientes: el monumento no era "evocativo". Se sostenía que ningún afectado por la guerra -familiares y amigos de los fallecidos- se sentiría afectado, movido por esta obra.
Este celebre monumento destaca por su invisibilidad. No se distingue hasta que se está delante de él. Unos metros más lejos y vuelve a desaparecer, como tragado literalmente) por la tierra. Consiste en una leve intervención en un parque, una incidencia paisajística. Un camino serpenteante por un parque arbolado inglés se adentra súbitamente en un estrecho tajo, como si descendiera por un valle angosto. Un centenar de metros más lejos, vuelve a ascender y recupera la cota del parque. A un lado, una delgada placa de mármol negro pulido, que actúa casi de espejo - reflejando el talud enfrentado, por lo que pasa casi desapercibida- actúa de contrafuerte vertical, conteniendo el corte vertical de las tierras. Sobre esta placa ,grabados en bajo relieve, la decena de miles de nombres de los soldados norteamericanos fallecidos en la Guerra del Viertnan. dispuestos de tal modo que, en la esquina superior de la placa, conforme el sentido del paso, aparece un primer nombre: el nombre del primer fallecido. El el extremo superior del otro lado, otro nombre, un único nombre de nuevo: el nombre del último fallecido. Entre ambos extremos, filas verticales crecientes y decrecientes de nombres grabados que muestran la extensión de la guerra, el impresionante crecimiento del número de los muertos hasta que, lentamente , éste aminora hasta desaparecer. El monumento no contiene nada más, no permite ni necesita nada más. Amigos y parientes emprenden el camino -un camino sin retorno-. Se detienen ante uno o varios nombres. Se recogen. Muchos sacan una hoja de papel en blanco y un lápiz graso, apoyan la hoja en la placa y frotan con el lápiz. Los nombres en bajo relieve se inscriben allí donde el papel no apoya sobre la placa. Y parten en silencio, llevándose el nombre del difunto, lo único que queda de él, tras haberse podido reunirse con los muertos a través del propio reflejo del visitante en la placa, convertidos así, en pálidos espectros. El nombre del difunto les queda grabado.
Diversos colectivos pidieron el derribo y la sustitución del monumento. No "representaba" el dolor de las víctimas, no las "honraba"; el monumento no "decía" nada. Exigían un monumento funerario naturalista. Defensores de la obra de Maya Lin se opusieron. Tres años más tarde se llegó a un acuerdo, un compromiso. Se desveló un gran grupo escultórico que representaba, de manera hiperrrealista ,a tres marines, perdidos en la selva, a tamaño algo superior al natural. El escultor tuvo un especial cuidado, como los artistas académicos del siglo XIX, en ser "fiel" al vestuario. El monumento, un despliegue de habilidad en el modelado y en la fundición en bronce, se ubicó a cierta distancia del muro -después de que se hubiera intentado colocar sobre aquél, visualmente dominándolo, neutralizándolo.
Meses más tarde, ya nadie se fijaba en los Tres Soldados (tal es el título del grupo escultórico). Hoy, sigue pasando desapercibido. Ni una ojeada furtiva. todos los visitantes se encaminan hacia el monumento de Maya Lin. El grupo escultórico no tiene nada que "ofrecer", tan solo una imagen que parece extraída de una superproducción cinematográfica.
¿Qué nos motiva, entonces?: Posiblemente, obras que nos remueven, independientemente de lo que "representan". El creciente despliegue de nombres de fallecidos, que componen la proyección vertical de un cementerio, "expresa" mejor, de manera más emotiva y turbadora, el horror de la guerra que las efigies de tres soldados perdidos, en forzada actitud patética.
Quizá las obras con las que conectamos y que nos mueven, son aquellas que no parecen haber sido creadas para movernos y que, como los tótems y los fetiches, nos miran desde otro mundo sin tratar de rebajarse ante nosotros, de situarse a nuestro "nivel", ya que, en este caso, es posible que las despreciemos. Las obras no tienen que satisfacernos, responden a nuestros (bajos) instintos, sino que tienen que dar la "imagen" que les somos indiferentes, que reinan en un mundo por encima de los humanos, o inhumanos. Las obras no son mercancías a nuestra disposición. No replican lo que esperamos. Ante bien, tienen que retarnos, desde una posición de superioridad. Las obras nos tienen que dominar, mandar, y no buscar nuestra fácil aprobación. Por eso las agredimos o las besamos: nos "emocionan" o nos desvelan lo que no querríamos ver o saber, el anverso de la humanidad, es decir lo que nos constituye.
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