Decimos: talla de Berruguete, escultura de Miguel Ángel, fetiche Fang.
Los dos primeros términos se refieren a la técnica empleada: tallar y esculpir, lo que denota el material empleado: madera, y piedra o mármol. El tercer término, fetiche, en cambio, posee otras connotaciones y si bien evoca también el arte o la técnica empleados, lo hace de manera indirecta.
Sin embargo, las tres obras son, técnicamente parecidas: talladas, modeladas, fundidas, representan seres antropomórficos tridimensionales. Tienen, además, un contenido o función religiosos. Evocan, representan o "encarnan" (un concepto que solo se aplica en teología cristiana) a seres sobrenaturales (dioses, héroes, espíritus o antepasados -siempre invisibles-, que se muestran sensiblemente a través de estas figuras, y cuya existencia no es puesta en duda). Esas obras no son imágenes fantasiosas, sino que ofrecen el verdadero rostro -lo que no implica que la imagen sea un retrato mimético- de la figura sobrenatural con la que se relacionan.
El término fetiche, a través del francés, proviene del latín facticius, que significa artificial. Si bien este adjetivo, hoy, tiene una connotación negativa, que lo acerca a la mentira, a la falsedad, y al artificio -entendido como algo engañoso o irreal, en lo que no se puede creer, sospechoso, en suma-
facticius viene de factus, sustantivo relacionado con el verbo faccio: hacer. Factus es un hecho: algo hecho; un producto u obra, resultado de un hacer u obrar. En este sentido, las tallas de Berruguete, las esculturas o estatuas de Miguel Ángel y los fetiches Fang son facti: entes hechos (por la mano del hombre); por tanto, entes artificiales, por oposición a los naturales (conformados por la mano del Creador, y no la mano imitativa del ser humano, del creador terrenal).
El adjetivo facticius ha dado origen a otro sustantivo en una lengua moderna (español): facticio. Un facticio es un producto elaborado a partir de elementos naturales, cuya combinación o articulación, por el contrario, no se da naturalmente. Un facticio es, así, un hecho, un factus, igualmente, pero cuyas partes proceden de la naturaleza. Hay que tener en cinta que la teoría imitativa aristotélica, seguida en Occidente hasta el Renacimiento, sostenía que el arte imitativo debía seguir las leyes combinatorias o de crecimiento naturales y no las formas naturales. Mientras los elementos, naturales o abstractos se dispusieron como podrían estar dispuestos en la naturaleza, la obra, el hecho podría ser calificado de imitativo. El facticio, por el contrario, opera según principios distintos, sospechosos, por tanto, a ojos críticos occidentales: los elementos son naturales pero la estructura es artificial.
Facticio está emparentado con dos términos esclarecedores: hechizo y fechoría. Ésta es también un hecho. Una fechoría es un acto o un producto, el fruto de un hacer humano, sin que medie calificación o descalificación alguna. Sin embargo, pronto una fechoría nombró a hechos malignos, a hechos que no respondían a reglas o leyes aceptadas, realizados nocturnamente o a escondidas, y que dañaban el mundo. Un hechizo, de inmediato, alude a la magia, sin duda negra. Estamos, pues, dentro del mundo de las fechorías, de los actos o hechos que no se debieran hacer, proscritos.
La palabra fetiche, pues, se refiere, al igual que talla y escultura, a un procedimiento técnico; mejor dicho, a un procedimiento mágico -la magia y la técnica son dos procedimientos que operan del mismo modo pero que atienden a fines distintos: la técnica se practica a la luz del día, la magia, en secreto-. Un fetiche es el resultado de un hacer mágico, de un acto de magia negra o brujería, que tiene como fin un hechizo, es decir la ceguera o el daño de quien entra en contacto con el fetiche.
La palabra fetiche, tan habitual para describir tallas de culturas africanas -y de otras culturas consideradas durante mucho tiempo, en Occidente, primitivas o "primeras"-, tiene, por tanto, un trasfondo turbio. Revela el descrédito, la condescendencia y el temor con el que se nombran y se juzgan estas tallas. No son productos "limpios", sino fruto de actos que se practican a escondidas con fines poco claros o directamente dañinos. Si tenemos que extasiarnos ante una talla o una escultura, debemos cuidarnos de un fetiche.
El vocabulario no es inocente. Revela nuestros juicios y prejuicios, nuestros miedos -quizá inevitables- ante lo que desconocemos -pero que, intuimos, podría estar muy cerca de nosotros.
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