Baltazar: La etimología es segura. Del acadio Bel-sarra-ussur. Ussur, imperativo del verbo acadio nasaru, significa proteger (personas, bienes y casas). Guardar y preservar, obedecer a las leyes y los juramentos. Sarra, del sustantivo acadio sarrum, significa rey. Y Bel es el nombre del dios supremo cananeo, cuyo hijo Baal es con quien Yahvé luchó durante toda el tiempo del mito. Baltazar significa pues que el dios supremo (Yahve, en este caso) proteja a mi rey.
Melchor: Posible etimología. El nombre acaba con una sílaba que ya apunta a una realidad, y lo que ésta simboliza: el oro, y la luz. Malakh (malku, en acadio: príncipe, rey, pero también espíritu; malik, en árabe -uno de los nombres de Alá). Significaría Mi Rey es mi Luz.
Gaspar: Etimología segura. Del hebreo gisbar: tesorero, y éste del persa ganj: tesoro (de ahí el latín gaza: tesoro real).
Esos tres nombres -ya vimos el año pasado que el número de Reyes varió a lo largo del Cristianismo primitivo, siendo doce el primer número fijado- no aparecen en la Biblia. son tardíos, no antes del siglo VI.
Amén de mostrar la influencia del mundo oriental en la concepción cristiana del mito, los tres nombres designan a los reyes por sus diversas funciones: enunciativa (son quienes presentan a dios como luz), física o material (son portadores de tesoros), y mágica (invocan la protección, la traen). Es decir los Reyes Magos son necesarios para que se defina lo que constituye a la divinidad: la luz. Son espejos en los que resplandece aquélla. No son, por tanto, meros acompañantes o figurantes, sino que es gracias a ellos que la luminosidad de la divinidad se manifiesta, que se funda lo que la divinidad aporta y hace: echar luz, disolver las tinieblas, alumbrar un nuevo mundo.
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