jueves, 14 de febrero de 2019
El sentido común
Kant estableció las bases para una revolución comunitaria. Las relaciones humanas cambiaron, al menos teóricamente. Ya no cabían, en principio, enfrentamientos, sino discusiones. La aparición del concepto de arte, por un lado, y la relevancia de una facultad humana, ya conocida en la antigüedad, fueron las causas o el fundamento, de este cambio en la manera de vivir.
Hasta Kant, el arte -y la obra de arte- no existían. Se daba la creación humana, pero ésta estaba subordinada a la religión y a la política. Las imágenes servían al culto y a la educación. Cumplían una función bien determinada. Los criterios con los que se evaluaban las creaciones eran litúrgicos, morales y educativos. Las cualidades sensibles o estéticas no intervenvían en el juicio sobre la "bondad", la necesidad de una obra. Ésta era aceptable y aceptada, mientras ésta fuera de clara lectura, un criterio que ya Platón utilizaba para legitimar ciertas imágenes.
Kant determinó que la obra de arte debía ser libre: No podía estar al servicio de intereses algunos, fueran religiosos o éticos. Eso no significaba que la obra fuera gratuita, irrelevante o innecesaria. Tenía un sentido, ciertamente, y cumplía una función, indeterminada, una función que era -y debía ser- imposible de precisar. El arte debía dar qué pensar, todo y despertando emociones o sensaciones, emociones que daban pie a una reflexión sobre el porqué de la obra, sobre su presencia y su significación, reflexión que no podía agotar los múltiples y enigmáticos sentidos de la obra. Ésta era significativa, pero era imposible alcanzar o desvelar su "verdadera" razón de ser.
Toda vez que los gustos son personales, y que el conocimiento de la obra se alcanza a través del contacto directo, sensible con la misma, se corre el riego que cada persona halle un sentido distinto a la obra, en función de su "sensibilidad". La obra afecta o impresiona de cada manera distinta a cada observador, constreñido o marcado por la mayor o menor agudeza de sus sentidos y la finura de su intelecto.
En este caso, la discusión acerca de la relevancia de la obra sería imposible. Cada opinión sería válida pero sería incomunicable. Cada persona tendría una distinta imagen u opinión acerca de la importancia de la obra. Cualquier opinión, por extraña que fuera, sería válida. No cabría explicación o aclaración algunas.
Ante este problema, Kant postuló que todos los humanos poseemos una facultad o un instinto: el sentido común. Éste nos lleva a sentir y pensar de un modo parecido, a tener y descubrir valores similares, a reaccionar ante la obra de un modo casi idéntico. El sentido común es lo que nos une, lo que compartimos. El sentido que hallamos en una obra afecta o impresiona a una comunidad. Nos permite dialogar. Gracias a la presencia de la obra de arte, tenemos un tema de conversación. Podemos intercambiar impresiones, compararlas y debatirlas. El sentido común impide que determinadas ideas u opiniones prevalezcan y se impongan. Todas las impresiones válidas deben ser comentadas. Son impresiones sobre las que llegamos a un acuerdo. La obra de arte, gracias al sentido común, permite que "el sentido común" prevalezca y se aborten enfrentamientos. El contraste de pareceres, inevitables y, sin duda bienvenidos, se resuelven tras el estudio de lo que cada uno ha sentido" ante una obra, lo que ha querido hacer partícipe a los demás. El sentido común impide visiones impositivas, personalistas, pues cualquier impresión, de inmediato, se comunica a los demás y se ofrece como tema de debate. La obra de arte permite el establecimiento de consensos que no acallan voces o impresiones personales, puntos de vista propios -que no se imponen, sino que existen al lado que otros más comunes. La obra de arte es lo que nos hace humanos.
O debería...
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