Para que los lectores que no viven en la Península pueden entender este sesudo artículo, sería necesario saber que Vox es el nombre de un partido de reciente cuño que parece haber llegado para quedarse.
La reciente exposición pública de su recio ideario plantea algunas interesantes cuestiones relacionadas con la arquitectura y la ciudad.
"Es nuestra obligación defender a nuestros abuelos, a nuestros hijos, a nuestras mujeres. Nuestra casa es nuestro castillo".
No non atiene comentar la curiosa defensa que este partido enuncia de abuelos, hijos y mujeres -siempre descritos como posesiones, ya que son "nuestros"-, que obvia a los padres, como si se les destinara a la hoguera o al asilo (pero ya se sabe que los hijos siempre tienen que matar al padre)-, y a los hombres, lo que lleva a la conclusión que no hay mujeres en este partido -cuesta pensar que la defensa de los hombres pudiera estar a cargo de hombres, lo que resultaría muy sospechoso para el ideario de este partido-, o que éstas, débiles y sumisas, no tienen la capacidad (¿o la voluntad?) de defender a los hombres -no irán a defender mujares, también sospechoso-, y desde luego no pueden defender a los hijos, lo que incumbe a los padres, aún con el riesgo que los hijos los maten.
En fin, tras este lío parental, la familia permanece unida en una casa que es un castillo: una construcción que, aunque existan castillos construidos en el siglo XXI, evoca más bien imágenes un tanto pretéritas, medievales, una construcción cerrada a cal y canto, dotada de puente levadizo, muralla y almenas, una obra solitaria, en lo alto de una montaña, que solo sirve para defenderse, una imagen extraña -como la que evocan las "murallas inexpugnables entre Ceuta, Melilla y Marruecos- pues según este partido, cuando reine, nada deberemos temer. Podríamos bajar la guardia.
La denuncia del "animismo urbanita", un pecado de lesa majestad que hay que expiar, al parecer, plantea también alguna duda. El partido no denuncia el animismo, sino un tipo de animismo. El animismo es una creencia pagana en la animación de todas las cosas, poseedoras de un espíritu. Esta creencia casi bárbara, propia de "salvajes" aún sin cristianizar casa mal con la defensa del catolicismo que practica este partido,
Pasemos sobre esta imprecisión. El partido, al menos, sí condena el "animismo" urbanita. Urbanita -un anglicismo, lo que de nuevo constituye una ligera mancha ideológica para un partido que defiende a capa y espada el español- significa propio de la ciudad. "Animismo urbanita" se referiría a una creencia muy rara: la animación de la ciudad, considerada como poseída por un espíritu y, por tanto, maligna. El animismo se asocia con los demonios, una creencia satánica. Dicha condena cuadra bien con la consideración de la casa como una estructura cerrada y aislada, replegada sobre sí misma, temerosa de todo lo que acontece alrededor -aunque este partido, paradójicamente, sostiene que no se tiene que tener miedo, pues está aquí para defendernos-, pero menos con el hecho que los mítines, siempre multitudinarios, de este partido, no tengan lugar en pueblos o, incluso mejor, en lo alto de las montañas, sino en el centro de grandes ciudades. ¿No temen que las ánimas de la ciudad les afecte el ánimo? Supongo que querrían ciudades libres de animismo, es decir ciudades no animadas, ni siquiera rendidas, sino muertas. Pero entonces ¿sobre qué o quienes gobernarían, a quienes redimirían? ¿A cazadores y recolectores? Volveremos a los alegros tiempos de Pedro Picapiedra (y Pablo Mármol). Muy bien -si se corrigen leves confusiones ideológicas.
Dedicado a MM quien nos ha revelado este aleccionador artículo.
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