¿Qué hubiera ocurrido, en los años cincuenta, si el ayuntamiento franquista de Barcelona, hubiera recibido una petición de préstamo de un monumento público, representando a un personaje adicto al régimen, de un conocido artista para una exposición antológica dedicada a este artista?
Supongo que la reacción desaforada de los cargos políticos franquistas hubiera sido fulminante: expedientar a aquellos probos funcionarios que, por cuestiones artísticas y no políticas, hubieran aceptado la solicitud de préstamo y hubieran retirado temporalmente el grupo escultórico, como acontece habitualmente cuando una exposición requiera la presencia de una obra en buen estado que no ha sido previamente solicitada por otra institución.
Esta reacción hubiera sido previsible en los años cincuenta, en pleno franquismo.
Pero no hubiera acontecido solo por el aquel entonces.
También hoy, en 2019, altos cargos políticos de ayuntamientos, temerosos de la oposición, expedientan a funcionarios sensibles que cumplen con su trabajo y permiten la difusión de la cultura y la presencia de obras públicas en exposiciones, porque consideran que las obras deben conocerse y valorarse por sus cualidades estéticas y no por su contenido, un tipo de reacción propia de culturas que aún creen en la identidad de imágenes y modelos, y confunden una obra con lo que representa. Esos cargos tienen a su cargo la cultura de una ciudad.
Con la iglesia siempre topamos.
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