No confundir valor y precio: una frase ya tópica que se repite una y otra vez en el mundo del arte.
Afirmación obvia. Obras de gran precio (de Damian Hirst, Jeff Koons, Julian Schnabel, Marina Abramovic, Joana Vasconcelos, Jaume Plensa, Fernando Botero, etc.) carecen de cualquier valoración crítica y acaban perdiendo precio con el paso de los años.
O lo perderían si las galerías del arte no intervinieran.
El precio de una obra depende del mercado -además del coste de producción de la misma (por el material, y la dificultad técnica, en algunos casos), coste, sin embargo, muy inferior al precio de mercado, que responde a otras causas. Cuanto menos obras se encuentren en venta y cuanto más deseo susciten, inevitablemente el precio asciende. Por tanto, las galerías de arte no aceptan vender toda una exposición a un mismo comprador -para evitar que las pueda poner un día en venta masivamente, lo que haría caer el precio-. Lo que más influye en el precio de una obra son las colecciones que las poseen. Por tanto, antes de inaugurar una exposición comercial, las galerías contactan ciertas se tos coleccionistas. Idealmente, no venderán a cualquiera, pese a que los compradores, anónimos, sin referencias, puedan adquirir las obras sin problemas. El que una obra acabe en una colección "prestigiosa" suscitará el deseo de emulación de otras, por lo que el precio aumentará. Al mismo tiempo, ciertos museos son contactados para ofrecerles determinadas obras. Que un artista tenga obras en ciertos museos también acrecienta el precio de sus obras. por este mismo motivo, los museos más prestigiosos rechazan donaciones que no han solicitado: el artista podría aducir que su obra se halla en un museo conocido cuando, en verdad, aquélla acaba en un almacén, sin que el museo sepa bien qué hacer.
Quien posee o ha poseído una obra influye en el precio. Una procedencia "prestigiosa" o prestigiada concede cierta aureola a una obra. Ésta está marcada por las manos y los ojos que la poseyeron y la contemplaron. El prestigio del nombre de un coleccionista revierte en el precio de una obra, la cual, a su vez, acrecienta la fama del poseedor. Obras y coleccionistas se necesitan.
Existen colecciones que se nutren solo de obras que han pertenecido a figuras célebres (como el museo Egipcio de Barcelona, con obras carentes a veces de valor pero con un alto precio, gracias a que pertenecieron a celebridades). Obras a veces menores pero adquiridas con un fuerte desembolso debido a la fama de anteriores propietarios. Hollywood es una máquina de hacer subir el precio de obras de arte.
Este fenómeno no es propio del arte moderno y contemporáneo.
También en la antigüedad, la importancia de una obra dependía de la riqueza material, de la habilidad técnica del artista o artesano, y de la procedencia.
En la antigüedad, sin embargo, ésta influía, no en precio -por otra parte, inexistente, ya que no existía una unidad de valor universal-, sino en el valor. Las obras más valiosas, las que concedían prestigio, eran aquellas que habían sido fabricadas por dioses y héroes, o habían pertenecido a familias descendientes de estas figuras sobrenaturales. Quien poseía una arma forjada por el dios artesano Hefesto (Vulcano), en Grecia o en Roma, poseía un objeto digno e una ofrenda divina. El valor era social. El prestigio social acrecentaba el aureola de una obra, convertida en una pieza mágica o religiosa. Estas obras no se vendían: se regalaban como muestra de un particular aprecio, ya que eran lo más valioso, lo más sagrado, que una familia poseía.
De algún modo, las obras de valor eran como reliquias. Habían sido pensadas, fabricadas, poseídas e intercambiadas por y entre figuras sobrenaturales. Éstas se insertaban en las relaciones de buena vecindad, de adoración o respeto entre familias aristocráticas, o entre comunidades y dioses. Existían tanto para dotar de prestigio a una familia y para ayudar a tejer complicidades entre ciertas familias, cuyas relaciones, que las obras tejían, pasando de mano en mano, también acrecentaban el prestigio de todas las familias o clanes que intervenían en esas relaciones, selladas por el intercambio de dones prestigiosos.
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