La palabra rey suscita en casi todo el mundo, seguramente, unas mismas imágenes: las de un gobernante, asentado en el lujo, por encima física y moralmente del resto de la población, formada de súbditos -sub: prefijo que indica una posición inferior; un súbdito está por debajo del rey-, cuya suerte depende de la voluntad real. Un rey es un soberano. Mando sobre los demás. En tiempos anteriores, mandaba incluso sobre los elementos. El rey y la divinidad mantienen una estrecha relación: el rey lo es por la gracia divina. De algún modo, un rey es casi una divinidad; ordena y manda con el poder y la voz que la divinidad le concede gratuitamente.
Sin embargo, la palabra latina rex, de donde deriva el moderno término de rey, evoca unas imágenes distintas.
Un rex era un jefe, sin duda (el nombre propio celta Vercingetorix -el caudillo celta que se enfrentó a Julio César en la devastadora guerra de las Galias,, por ejemplo-, así lo atestigua). Pero sus funciones, sus papeles no consistían en mandar a y sobre los demás. Un rex no era un gobernante, propiamente.
El lingüista francés Émile Benveniste -de quien procede esta entrada- mostró que el sustantivo latino rex está relacionado con el verbo griego oregoo. Éste significa dar, ofrecer, otorgar. El don, la entrega implica la extensión de los brazos, Para dar uno se tiene que abrir y dirigirse, inclinarse hacia el altar (si la ofrenda es un sacrificio hacia los dioses) o la persona con quien nos queremos congraciar. Oregoo significa, pues, tender, y extender. La mano, al separase del cuerpo y apuntar al objetivo, describe una línea recta. Traza unas figuras en el aire. El don es una extensión de quien da; las virtudes, propiedades o cualidades de quien regala se extienden fuera de sí mismo. El gesto establece una conexión, una línea que funda y estructura una relación. Tiende puentes. Mide, acota la distancia entre quien da y quien recibe. Dicha relación se funda en unas reglas: las que regulan la donación y la aceptación del don. Se establecen así unas primeras normas de comportamiento, así como espaciales. Determinan el lugar que cada uno ocupa en el espacio. Ambas personas, relacionadas por el gesto, saben, desde entonces, dónde se hallan. Ya no pueden perderse. Poseen unos asideros espaciales -y morales. Dependen uno del otro. Sus posiciones y relaciones quedan fijadas.
El sustantivo regla deriva del latín rex, precisamente. La regla, hoy es día, nombra dos entidades distintas -pero sin duda relacionadas: una norma -de comportamiento, de formación, de construcción (de una personalidad, y de una obra)- y un instrumento de medir, una vara. Una regla regula el espacio. Fija posiciones y mide las distancias -físicas y morales- entre los distintos entes o seres asentados. El espacio, hasta entonces, indiferenciado, y por tanto inhóspito, inhabitable porque carece de referencias que permiten saben y ver dónde uno se encuentra, queda organizada gracias a la regla y las reglas que se instituyen.
Las líneas o reglas que traza son rectas. No son tortuosas, torturadas, no se desvían del objetivo; no conducen por un mal camino. Si al rex se le sigue, si se aceptan sus gestos -sus ofrendas de reglas-, es porque es recto. Encarna la rectitud. Es directo, franco. No se esconde, no esconde la mano; no recurre a triquiñuelas, no engaña a nadie. Actúa a plena luz del día, y sus líneas están "bien" trazadas. Saben dónde van y se pueden seguir sin miedo. Llevan a buen puerto.
La principal función del rex, entonces, era la de otorgar a cada persona un lugar propio, dictando reglas de comportamiento. Un rex era un fundador de ciudades. Creaba comunidades. Les concedía las reglas para asentarse y vivir, convivir.
Un rex organiza regiones, les da sentido, las orienta: regio, en latín, significa línea recta, dirección. Línea que traza un límite. Una región, entonces, es el espacio delimitado. Una región no es país, no es un reino. No se trata de una organización política, compuesta de un rey y de súbditos, sino que es un espacio público, regulado, en el que todos los miembros poseen una directrices que les ayudan a vivir bien, una trazas modélicas que les proporcionan indicaciones para una vida plena; indicaciones, que no obligaciones. Indicaciones que no son leyes, sino que son de ley. Ajustadas, recomendables. Un rex aconseja, no obliga.
Un rex era, entonces, un arquitecto. Trazaba, indicaba directrices para poder estar juntos. El rex señalaba el camino que se debía seguir so pena de la desarticulación de una comunidad y del enfrentamiento inevitable de sus miembros. El rex marcaba la línea -línea física, visible en el terreno, y metafórica, compuesta de unas indicaciones precisas, asumibles- que permitía pasar de la condición selvática o natural, a la humana, cultivada, urbana. El rex preparaba el terreno donde se asentarían los demás, asentamiento que los convertía en humanos. Un rex era, así, más un sacerdote, que dicta normas y traza figuras ejemplares que estructuran el espacio y la vida, que lo que hoy entendemos por un rey.
Releyendo la Iliada y en la Odisea me he fijado en las alusiones al cetro real . Ulises lo coge casi al vuelo antes de acudir precipitadamente a la asamblea ,Menelao aparece -creo recordar -impartiendo justicia sentado a las puertas de su palacio con el cetro en la mano durante la visita de Telémaco. Dá la sensación de que el cetro era la vía de comunicación entre los humanos y Zeus y los reyes los intermediarios.Las leyes que hacían los humanos eran justas porque Zeus las comunicaba directamente a los que portaban el cetro.
ResponderEliminarY es interesantisimo también lo que Hesiodo canta al comienzo de la Teogonía : "...y Caliope,
ResponderEliminarque descuella entre todas las demás, porque acompaña a los reyes venerables.
Cuando las hijas del gran Zeus quieren honrar a uno
de entre ellos, en cuanto ven venir a la luz uno de
esos reyes criados por Zeus, le destilan en la lengua
un delicado rocío, y las palabras fluyen suaves de su
boca, y los pueblos todos le miran cuando dispensa
justicia en equitativos juicios, y hablando con destreza apacigua él de repente una disensión grande.
Y en efecto, los reyes prudentes en el ágora, hacen
que se devuelva a sus pueblos todos los bienes que
se les ha arrebatado; y lo hacen fácilmente, con ayuda de persuasivas palabras. Y si uno de ellos anda
por la ciudad, como un Dios, aplaca con su dulce
majestad y brilla en medio de la muchedumbre. Tal
es el don sagrado de las Musas a los hombres...."
"....Es a las Musas, es al Arquero Apolo a quienes se
ResponderEliminardeben en la tierra las aedas y los citaristas; pero los
reyes vienen de Zeus. ..."
Muy interesante este artículo :"El cetro de los Atridas y la realeza divina" de Fernandez Canosa (Espacio ,tiempo y forma,serie II ,Historia antigua 1991)
ResponderEliminarhttp://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/4170/4009?fbclid=IwAR3GlMnncDe5a0Q5YHj-ujpOtfMr26HDw3KBh_JmpVUfaQooXqmggstTy7I
¡Releyendo la Ilíada y la odisea! Si no muchas personas, al menos en la escuela de arquitectura -quizá sea previsible-, leen estos textos, es posible que menos las relean.
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios y la referencia bibliográfica que desconocía.
En Mesopotamia, la vara de mando, el cetro, era un objeto modesto, en absoluto realizado con metales y piedras preciosos, sino que era un simple junco.
Qaneh -caña, junco-, en hebreo, estaba emparentado con el verbo qahah (kanû, en acadio, otra lengua semita), que significaba crear, procrear, dar vida.
Vida, en sumerio, se decía zid. Pero zid también significaba recto, rectitud.
Por tanto, el valor de la vida residía en una dirección, un principio, que la orientaba, impidiéndole extraviarse, dando vueltas sobre si misma.
Este valor estaba simbolizado por el elemento natural, vital, más recto que cabía imaginar: la caña. Y el rey era quien orientaba en la buena dirección.
En tiempos de cinismo lo mejor es volver a los orígenes :-) Homero es como una especie de cura
ResponderEliminarMuchas gracias también por las precisiones .Ignoraba lo del cetro-caña.Me imagino que desde los orígenes de Sumer y la vida en las marismas.La caña sería también la comunicación con ese mundo sumergido y sus divinidades .El valor oracular del agua y la vida que propicia,además de esa derivada ética de la que habla usted.
Se contaba que el dios de las marismas -que era el dios de los ingenios, en particular de las técnicas edilicias- poseía un palacio submarino, en las aguas primordiales Abzu -las marismas-, que eran el seno de su madre, la diosa-madre Nammu, de luz glauca, de cuya habitación brotaba un árbol (árbol, indicaban, aunque bien podría ser un juncal) que se alzaba desde las profundidades hasta el cielo.
EliminarTuve la suerte de entrar en contacto con la Iliada y la Odisea a través de un profesor increíble en el bachillerato,cuando aún se estudiaba griego.A través de los años he vuelto a él repetidamente aunque sólo fuera para leer un par de capítulos.Y cada vez me parece más bueno (soy de las que piensa que detrás de las dos obras hay una misma persona).Ahora lo estoy leyendo después de haber aprendido algo sobre la época arcaica en Grecia y es apasionante .Hay mucho debate sobre la posible continuidad (o no ) de la institución real entre los tiempos micénicos y la época arcaica y por eso me interesó lo del cetro.
ResponderEliminarUn saludo
Leí un par de veces la Ilíada -con la que no me atrevía, temiendo aburrirme- y la Odisea. Voy a releer de nuevo la Ilíada. Me gusta más que la Odisea. Me fascina este hipnótica descripción de atrocidades inevitables que van cayendo sin que nada se pueda hacer, casi como si fueran necesarias y espantosas, casi como si regularan (y pusieran fin a ) la vida.
EliminarNo soy capaz de adivinar si son de una misma mano, aunque el tono de ambos relatos me parece distinto.
Si, seguramente la continuidad entre la Grecia micénica y la arcaica debió ser mayor de lo que se pensaba hace años. Después de todo, Atenas era una ciudad micénica, y el acrópolis, la sede de un palacio micénic, suplantado posteriormente por el Erecteion que albergaba la tumba del primer rey de Atenas, con cuerpo de serpiente, salido de las entrañas de la tierra, Erecteo -o Erictonio-.
¡Muchas gracias por todas esas precisiones que alientan volver a Homero!