Homero, en La Odisea, pone en evidencia las diferencias entres las sociedades urbanizadas de su tiempo, como el propio reino de Ulises, en la isla de Ítaca -incluso bajo la amenaza de quienes pretenden su corona-, y la barbarie que reina en las islas de los Cíclopes. Homero enuncia una y una las diferencias, marcando negativamente todas las características de la vida ciclópea. El que los aquéllos comieran carne cruda era un evidente signo de bestialidad, acentuada por su aspecto físico: un solo ojo les otorgaba un aspecto inhumano: eran monstruos, aunque supieran hablar. Pero que vivieran solos, fuera de toda comunidad también era una prueba de que no habían alcanzado la civilización. Las islas en las que moraban eran metáforas de su voluntario aislamiento. Nadie podía acercárseles.
"Desde allí continuamos [cuenta Ulises] la navegación con ánimo afligido, y llegamos a la tierra de los Cíclopes soberbios y sin ley: quienes, confiados en los dioses inmortales, no plantan árboles, ni labran campos, sino que todo les nace sin semilla y sin arada -trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos- y se lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus. No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres, y no se cuidan los unos de los otros (οὐδ᾽ ἀλλήλων ἀλέγουσιν)."
(Homero: La Odisea, IX, 105-115)
Los Cíclopes tienen familia: mujeres e hijos; pero no trabajan la tierra. viven aislados en lo alto de riscos. Rehuyen los valles donde los griegos, al pie de las alturas (dedicadas a los dioses), abrían espacios comunes, ágoras, donde poder intercambian bienes e ideas, donde las diferencias se exponían y se resolvían mediante la palabra. Los cíclopes no respetaban la palabra, no tenían leyes.
Pero el rasgo que más los alejaba de los seres civilizados era que no se cuidaban mutuamente. Apenas les llegaban extranjeros, penosamente llegados por mar, ya sea por voluntad propia, ya sea tras un naufragio, los Cíclopes los apresaban y los devoraban: así trató el Cíclope Polifemo a Ulises (u Odiseo) y a sus compañeros. Los Cíclopes no tenían piedad. No sabían ponerse en el lugar del otro. Vivían encerrados en sí mismos, siempre a la defensiva. No aceptaban otros modos de vida, otras maneras de pensar. El cuidado de quien lo necesita, de quien llega pidiendo ayuda, no les incumbía. De hecho, el rechazo era tan violento que mataban a todos los que osaban abordar sus tierras.
Los Cíclopes no cuidaban a los demás: alegoo, en griego, significa preocuparse. Se relaciona con el sustantivo algos, dolor físico- y el verbo algeoo: sufrir, sentir un dolor físico, pero también moral. Algeoo es estar apenado, turbado, sentir en carne propio el dolor ajeno; sentir dolor ante el dolor de los demás; un dolor que no lo remedia medicamento alguno, sino un gesto, un gesto de bienvenida, la apertura a los demás, a fin de que al cuidarlos, cese la angustia de ver en qué estado se encuentran. El sufrimiento es mutuo. Encierra a quien lo padece en sí mismo. Quien sufre es incapaz de abrirse, de dar y de recibir. El dolor es una puerta cerrada. Los ojos, los brazos se recogen, la figura toda se encoge. No puede preocuparse por nadie.
Este rasgo, la incapacidad de sentir lo que los otros sienten y de tratar de poner cura es precisamente lo que distingue a los cíclopes, a los monstruos, de los humanos.
Homero lo escribió hace dos mil ochocientos años.
Pues parece que seguimos igual que hace dos mil ochocientos años, en una sociedad de cada vez más cíclopes, con algunas excepciones.
ResponderEliminarEnhorabuena por el aniversario del blog, siempre descubro parcelas y aspectos de la realidad en él, mil gracias por ello.
Un saludo, Carmen