El largo diálogo sobre las diferencias entre la creación artesana o escultórica y la imitación poética, y las bondades o maldades de ambas actividades, en el libro X de la República, de Platón, concluye con una frase contundente (599 b): si el poeta supiera realmente de qué habla cuando describe objetos y acciones se esforzaría con gusto en crear y no en imitar. Es decir, haría lo que cuenta.
Esta frase parece anticiparse a la teoría del arte del principios del siglo XX en más dos mil doscientos años.
Sin embargo, si leemos el texto cuidadosamente, el verbo que se suele traducir por crear es ergadzomai (Platón, en verdad, utiliza no este verbo sino el sustantivo ergon, relacionado con el verbo antes citado). Este verbo significa trabajar, y el fruto de dicha labor, una obra (ergon). Se trata de un trabajo en directo contacto con la materia; un trabajo necesario, y bien acometido, un trabajo logrado. La labor en cuestión, es una labranza: el trabajo del campo (y un trabajo de campo, efectivamente realizado).
Este verbo remite, inevitablemente, al texto de Hesíodo, Los trabajos y los días, donde se detalla y se comenta las tareas agrícolas que pautan y dan sentido a la vida. Tareas que dan frutos, que ponen a la tierra al servicio del hombre. Tarea física, dura, comprometida, que exige volcarse en la labor y sobre la tierra, que no se puede ejercer a medias, so pena de no lograr nada. Una tierra no labrada, no cultivada no produce más que malas herbas, inhábiles a la vida del hombre.
Por el contrario, el imitador no hace nada. Platón lo describe como una persona que maneja un espejo y que solo produce reflejos (sobre todo en la antigüedad cuando los espejos eran de bronce pulido que no producían nítidos reflejos). En o sobre la superficie bruñida aparecen todas las cosas hacia las que se apunta el espejo. Quien lo maneja parece ser capaz de dar vida a cualquier cosa, mas éstas no tienen "entidad", son fugaces y se esfuman en cuanto el espejo apunta hacia otra dirección. El imitador no se compromete con lo que hace, hace girar el espejo, lo mueve, alegre y descuidadamente, sin pensar, solo por el placer de producir reflejos de los que nada sabe, como si éstos, y las cosas de las que son un reflejo, no le importaran.
Poco antes de la reflexión final sobre las diferencias entre la creación y la imitación, Platón explica que los dioses sí son creadores (597 d) ya que están en el origen de las ideas o formas ideales que los artesanos (los demiurgos) plasman en la materia, y cuya imagen los artistas plásticos y poéticos reflejan sin saber bien qué imitan y de lo que hablan. El sustantivo griego que se suele traducir por creador es phutourgos. Este sustantivo, en verdad, significa cuidador de plantas. Un "creador" es quien cuida del campo o de un jardín (phutourgos se traduce también por jardinero) y logra que las plantas crezcan. Su acción permite el nacimiento, el brotar y el desarrollo de seres que salen de la tierra. Crecimiento controlado por la acción del trabajador del campo, labriego o jardinero. Su trabajo produce frutos: un nuevo ser, una planta o un árbol, un ser vivo, emerge y perdura.
La creación, por tanto, para Platón, es la obra de un trabajador del campo, atento a la materia, al espacio y al tiempo, a la tierra y a los días. La referencia a Hesíodo, que canta las bondades del trabajo campesino frente a la ociosidad de la ciudad, parece clara. Hesíodo se oponía a la polis, y cabe preguntarse si Platón, en su defensa de una República ideal, imposible de ponerse en práctica y de gestionarse, no añoraba los tiempos cuando los hombres faenaban al ritmo de las estaciones y en contacto con la naturaleza.
Cabe preguntarse si este sueño no está volviendo.
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