Santo y sagrado son, en general, sinónimos. ¿Era así en Roma?
Ya hemos escrito sobre sacer: recibe la calificación de sacer todo lo que está vetado, lo que no pertenece al espacio humano, sino al mundo de los dioses. Positivo o negativo, benéfico o maléfico, lo sacer escapa al control, a las leyes humanos. Fuera de toda norma, imposible de reducir, de acotar, lo sacer puede ser una pesadilla, y una fuente de daños físicos y morales. Todo lo que pertenece a los dioses, todo lo que depende de ellos, es imprevisible, y no tiene que justificar sus acciones ante los hombres. De ahí que lo sacer pudiera ser anulado o destruido, como un cuerpo ajeno.
Se ha escrito que, en cambio, sanctus califica algo -un ente, un ser, un espacio- benéfico. La relación con la significación que sanctus adquirió en el cristianismo sería evidente, no así la relación entre sacer y sagrado (aunque hoy también lo sagrado es inviolable: es decir no puede entrar en contacto impunemente con los hombres, y cualquier relación es conflictiva, problemática. Una hostia consagrada, que es la carne de la divinidad ofrecida en sacrificio -un término derivado de sacer- no se puede coger, ni se puede morder. Su ingesta requiere además una preparación anímica.
Sanctus, en verdad, es una propiedad de lo que ha quedado sancionado: santo y sanción son palabras emparentadas. En este caso, lo santo está sometido a la ley: definido, acotado por ésta. Lo santo tiene límites, tiene que ver con los límites: los que segregan lo sagrado.
Un espacio sagrado está vetado: nadie puede acercarse a él, y menos acceder a él, so pena de un daño irreparable: acceder a un espacio sagrado implicaría salir del espacio de los mortales y acceder al de los inmortales, siempre punible en cualquier cultura. El mundo de los dioses es inaccesible a los hombres.
Los límites, los muros del espacio sagrado, sin embargo, han sido levantados por los hombres, precisamente para impedir que el profano pudiera estar marcado por el encuentro con lo sagrado. Estos muros siguen disposiciones. Defienden el espacio sagrado, y nos defienden de su irradiación. Están sometidos a una sanción que defiende o prohibe el acceso. El muro, lo santo, es lo único que los hombres pueden contemplar. Si otearan lo que acontece, lo que se halla detrás de aquéllos, quedarían ciegos o caerían fulminados. La ley humana define lo santo (un trazado protector), la ley divina, en cambio, acota lo sagrado (lo que escapa a las acotaciones y definiciones humanas).
Ir de lo sagrado a lo profano y viceversa era posible gracias a los ritos de paso.Era manera de no ser dañado por la fuerza de lo sagrado.
ResponderEliminarDe pequeña en el colegio se hablo de que se iba a desacralizar una iglesia que se iba a derruir.Daba la impresión de que era imposible que unos humanos normales pudieran hacer semejante proeza :-)
Ya no sé si se hará todavía pero antes ,tocar el agua bendita de la pila y santiguarse con ella antes de entrar en la iglesia era (pienso)una manera de purificarse y de "agregarse" al espacio sagrado
ResponderEliminarSon los ritos que se hacen en las puertas que abren los muros
ResponderEliminarBuenos días
ResponderEliminarTiene razón en señalar la importancia de los ritos de paso para poder cruzar sin daño lo santo hacia lo sagrado, de lo profano a lo sagrado.
Creo que en la antigüedad este privilegio estaba al alcance solo de quienes gozaban del favor de los dioses o estaban en contacto con ellos.
Ocurre que, en el Cristianismo, el templo ya no es la morada de la divinidad, sino un lugar de encuentro. El templo pertenece más a los hombres que a la divinidad. Los signos que se practican cuando se cruza el umbral de la iglesia, santiguarse (de santo) y purificarse con agua bendita, no tienen tanto la función de permitirnos sortear los peligros del espacio sagrado, creo, sino que son signos de buena educación: el fiel se purifica, se lava, se "acicala", al encuentro de la divinidad. Serían más bien signos de deferencia, más que signos protectores.
Muchas gracias por esas observaciones en las que no había caído