Los arquitectos y los historiadores utilizan la palabra ruina; los arqueólogos, por el contrario, a quienes la palabra ruina molesta, se refieren a restos arqueológicos.
Las palabras no son inocentes. Evocan una concepción del mundo distinta aunque denominen una misma realidad.
Una ruina es un ente completo que debe ser preservado tal como se encuentra. Ente paradójico, toda vez que resulta de la ruina de un edificio, de lo que queda de él.
Pero una ruina no es lo mismo que un edificio ruinoso. Éste decae. No se sabe qué le ocurrirá, cómo acabará. Un edificio ruinoso debe de ser derribado. Es un peligro público, para quienes viven en su interior y para los paseantes. Se trata de una construcción insegura, y condenada, insalvable. No merece ser conservada, restaurada. Es un edificio que agoniza. Le quedan días u horas. Pronto colapsará. Se tiene que abandonar (a su suerte) lo antes posible. En cualquier momento se puede venir abajo. Da, por otra parte, una mala imagen. Evoca el descuido y el desinterés de los propietarios, los ocupantes y los poderes públicos. Un edificio ruinoso es una mancha en el "paisaje" urbano". Es también una oportunidad. Pronto, será sustituido por una nueva construcción.
Una ruina, en cambio, es un ente completo. Su estado no revela deficiencias. El edificio se muestra tal como es o quiere ser. Contrariamente al anterior, la ruina es resistente, y afirma y defiende su condición. No le falta nada. Cualquier añadido aparece como un atentado contra su condición. Pronto el Partenón, permanentemente en obras y en proceso de restauración, de compleción, incluso.
Dejará de ser una ruina (admirada) para convertirse en un remedo vulgar, una imitación hiriente, demasiado nueva, de un templo antiguo.
Una ruina evoca la fugacidad de la vida; también la capacidad de aguantar los envites del tiempo. Una ruina es un edificio, quizá sin interés, convertido en un testigo de tiempos pasados, quizá mejores, un signo de la capacidad constructiva de sociedades del pasado. Un edificio en ruinas espanta. Una ruina admira. Se viene a ver tal como es. La ruina parece inmune al tiempo. Ya no decae, ya no se arruina. Es un testigo del pasado insertado en el presente que pone en evidencia la caducidad de las obras del presente. De algún modo, una ruina es inmortal.
Por tanto, una ruina debe ser conservada tal como se muestra. No se puede tocar, estudiar. Se tiene que preservar. Una ruina es un milagro, un viático hacia el pasado (soñado o recreado, desde luego "idealizado").
Una ruina no es motivo de estudio.
No puede interesar al arqueólogo. Un resto arqueológico, en cambio, es un material de estudio, casi de laboratorio. Un resto arqueológico es objeto de experimentos para estudiar su formación, su "composición", y métodos de conservación o restauración. Un resto arqueológico cambia constantemente. Se le trocea o se le levanta. Se estudia cómo el paso del tiempo le afecta. Se le coloca, al revés que una ruina, aislada, intemporal, en conexión con la historia, con otros restos; restos que recubren restos y que, una vez documentados, quizá deban ser desmontadas para estudiar las sucesivas capas que componen un yacimiento arqueológico. En sí, como un ente inmemorial, un resto arqueológico no es nada, ni tiene interés. Se puede llegar a "musealizar", convirtiéndose entonces en una ruina, objeto de atención estética, pero ya no "científica". Un resto arqueológico se toca, se manipula, se trocea, se desmenuza, se levanta, pero nunca se admira desde lejos. No da qué pensar sobre el paso del tiempo, sino sobre modos constructivos y modos de vida. Sobre cómo este resto teje relaciones con otros, y con los fragmentos cerámicos, con las piezas, enteras o rotas, que lo rodean o que encierra, y que permiten datarlo, estudiarlo, entenderlo, siempre en relación con la vida que acogió y que le dio origen. Un resto nunca escapa a la historia.
Es quizá por estos motivos por los que las miradas del arquitecto y del arqueólogo no suelen coincidir, aunque puedan completarse. Lo que tienen delante es una misma realidad. Miradas (escrutadoras, que penetran en el interior del resto, frente a la mirada que se detiene en la superficie y extrae el sentido de la obra de cómo se percibe, de cómo se muestra) y fines son distintos. La ruina emerge cuando el arqueólogo ha desaparecido.
Agradecimientos al ICAC, Tarragona, por el debate sobre esas maneras de abordar el estudio de la historia
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