Sabemos que la Ilíada es una obra de ficción, basada quizá en un hecho real -una guerra entre Oriente y Occidente, entre griegos e hititas-, acaecido siglos antes de su narración. Pero nadie cree en la literalidad de lo contado, sobre todo porque la guerra de Troya no es una guerra entre héroes sino entre dioses -en cuya existencia no creemos (o de cuya existencia dudamos).
También sabemos -o suponemos- que los oyentes debían de creen en la veracidad de lo narrado, aunque también disfrutaran de la manera de componerlo y narrarlo, y no solo del fondo. Los hechos eran extraordinarios, la manera de exponerlos, también.
Pero, ¿podemos saber qué entendían, cómo valoraban el relato, cómo reaccionaban ante su declamación o su lectura? ¿Qué evocaba el texto, cómo resonaba, cómo casaba o colisionaba con creencias y esperanzas que nos son desconocidas? Desde luego, el texto significaría algo muy distinto a lo que hoy evoca, pese a que las palabras (cuyas evocaciones desconocemos, y no somos capaces de alcanzar) son las mismas.
Los griegos distinguían entre mito y fábula. el mito contaba hechos verdaderos, pero indemostrables, acontecidos en un tiempo lejano, un tiempo distinto al de los humanos: el tiempo de los héroes. Por el contrario, las fábulas eran historias inventadas, con un fondo moral. Los personajes podían ser "reales" (dioses y héroes), pero sus acciones eran ficticias, como imposibles eran las historias acerca de animales que se comportaban como humanos, demasiado humanos. Una fábula fabula, inventa un relato que ilustra sobre nuestros defectos.
¿Cómo era, entonces, juzgado, una escena, para nosotros curiosa, insertada en medio del relato mítico? ¿Cómo se interpretaría?
La escena es propia de una fábula: cuenta un hecho inesperado -dentro de un mito-: dos caballos, de pronto se ponen a hablar. No son, bien es cierto, caballos habitualmente habladores. El don de la palabra les fue concedido -no se sabe si para siempre- por una diosa. La razón era obvia: dichos caballos tiraban del carro de Aquiles. Gracias al don recibido, podían lamentarse del triste destino del héroe, en un momento en el que su vida peligraba. También es cierto que dichos caballos no eran unos caballos cualesquiera. Fueron procreados por una divinidad -una Harpía- que asumió la forma de una yegua para unirse a Céfiro, el viento: dichos corceles eran aun más veloces que un huracán.
Eran, por tanto, unos caballos divinos, o de ascendencia divina. ¿Permitía dicho linaje asumir que hablarían? Es imposible saber cómo se debía reaccionar ante este hecho. Es cierto que los dioses asumían ocasional y temporalmente formas animales: Apolo fue un delfín, y Zeus, un águila, por ejemplo. Seguramente, nadie debía dudar de esta metamorfosis. Los caballos habladores de Aquiles, ¿eran figuras de fábula, o mitológicas? ¿Cabían semejantes distinciones dentro del relato de la Ilíada?
Cuesta también imaginar cómo se reaccionaba ante otra escena extraña (para nosotros) y majestuosa: Aquiles persigue implacablemente a los troyanos a los que va matando de uno en uno, pese a que huyen a la desbandada. El río que pasa cerca de Troya asiste con temor e indignación a esta matanza. Una diosa, que defiende a los troyanos, le pide que intervenga. Dicha petición no es un sinsentido. El río es una divinidad, así como un afluente. Y, de pronto, mientras Aquiles corre por las ribera, las aguas se desbordan y lo arrastran. La narración describe con precisión una riada. Aquiles está en peligro. Pero las aguas son una divinidad. Su furia es la de un dios. Las aguas no están "personificadas", como podría ocurre en una versión ilustrada moderna, sino que son una divinidad que habla, piensa y siente. O, mejor dicho, existe una divinidad que se manifiesta sensiblemente -para relacionarse con los mortales- en forma de río (lo que es algo distinto). Tampoco están las aguas habitadas por una divinidad. Son una divinidad -son la manifestación adecuada de una divinidad- porque son inconmensurablemente más poderosas que los mortales, porque son eternas, e inaprensibles. Esta divinización de un río tampoco refleja necesariamente antiguas creencias en la sobrenaturalidad de los elementos naturales. ¿Qué forma tiene, aquí y ahora, en el relato, la divinidad? La forma de un río de aguas bravas que braman como un toro desbocado.
Los oyentes o lectores antiguos, ¿qué se imaginaban? De nuevo, es imposible saberlo. Plantearse si creían en la existencia de un dios que es un río, o si más bien pensaban que el río era una manifestación de una divinidad -era la forma sensible escogida por una divinidad-, como plantearse si creían en la existencia de caballos divinos habladores, quizá no tenga sentido, o no tenga respuesta.
Los espacios paralelos, los espacios unos dentro de otros, el espacio como una cuerda: ¿son imágenes o descripciones de la realidad? ¿Creemos en estas descripciones, y creemos que son maneras de expresar lo desconocido? ¿Llegaremos a "ver" espacios paralelos?
Quizá, del mismo modo que la escritura revela realidades fuera de la realidad que nos rodea, que las expone, y que existen porque se las expone, quizá los mitos y las fábulas compuestas, escritas, sean distintas maneras de exponer lo que escapa a la humana comprensión. Quizá mitos y fábulas detallen acontecimientos que es imposible "saber" si son ciertos, si cuentan la verdad, aunque aceptándolas como narraciones ciertas los antiguos vivieran, y nosotros vivamos más sabios -sabiendo que nada de lo que se cuenta podrá ser, algún día demostrado: de ahí el poder que poseen los mitos. Vencen nuestra incredulidad -sin demostrar nada, y sin que nos turbe la imposibilidad de verificar lo contado. Existen porque se cuentan -lo que no significa que existen solo "en el papel"; existen porque aceptamos leerlos o escucharlos. Existen porque nos embrujan -al menos durante un tiempo.
Creemos que existen múltiples universos, o universos paralelos, como cuentan algunos cosmólogos. No parece que dudemos. Dichas explicaciones fascinan. Y, sin embargo, solo existen en las narraciones de estos científicos, en las imágenes que producen. ¿Qué creían los griegos? Quizá creían en el poder de la palabra capaz de transfigurar el mundo, de desvelar mundos a los que solo se llega a través del mito. Figuras y hechos (re)creados por el mito, por la palabra, que se impone con una evidencia deslumbrante.
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