El próximo martes, a las una de la tarde, la Escuela de Arquitectura homenajeará uno de sus profesores, el catedrático Xavier Rubert, que más contribuyó a renovar la enseñanza en esta escuela.
Filósofo y teórico de las artes, abandonó la facultad de filosofía a principios de los años setenta, anclada en el tomismo, y entró en la Escuela. Creó o ayudó a crear el Departamento de Composición (hoy de Teoría e Historia), introdujo la asignatura de estética (la escuela de Barcelona, desde entonces y durante unos largos años fue renombrada internacionalmente por impartir estética, algo único en el mundo -una asignatura que tras la jubilación de Xavier Rubert el departamento suprimió-), hizo entrar o acogió a jóvenes profesores como Ignacio de Solá Morales (posteriormente catedrático de Composición y fallecido demasiado joven a causa de las exigencias inasumibles de quienes llevaban la reconstrucción del Liceo de Barcelona - a cargo de Ignacio Solá) -quien a su vez hizo entrar a los actuales profesores titulares y catedráticos de la Sección de Teoría-, Josep Quetglas -catedrático de historia, posteriormente, y responsable de la entrada de los profesores titulares y catedráticos, jubilados y aún activos, de la Sección de Historia-, todos los profesores titulares y catedráticos de la Sección de Estética (profesores como los filósofos Félix de Azúa y Eugenio Trías), y contribuyó a que una escuela se practicaba pero no se pensaba se convirtiera en la facultad española donde se pensaba más y mejor.
Sus clases, en los años setenta y ochenta eran multitudinarias. Acudían incluso estudiantes de otras facultades, sobre todo de Filosofía. Clases sin guión establecido, dedicadas a mostrar la importancia de gestos y obras juzgados banales, insustanciales o superficiales -y sin embargo reveladoras de cómo pensamos-, a descubrir lo que el velo de la apariencia cubre y descubre. Clases que arrastraban a los estudiantes a disgusto con las enseñanzas mecánicas de otras asignaturas.
Dejó la Escuela en los noventa para dedicarse a la política, y descubrió el juego que se practica en los despachos. Y regresó hastiado, esperando volver a encontrar el gusto por las historias que no son mentiras. Pero ya no pudo ser.
Muchos le debemos no haber abandonado los estudios y haber podido disfrutar de lo que nos rodea, triste o hermoso, de haber intentado mirar el entorno con curiosidad y sin avidez.
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