Según el poeta romano Lucrecio -que intentaba disipar la superstición en que en verdad consiste la creencia en la intervención divina-, aunque se produjera la reencarnación, la vuelta a la vida del cuerpo y del alma, no volveríamos a ser nosotros mismos (como postula el cristianismo) ya que habríamos perdido los recuerdos. El corte de la guadaña no tiene vuelta de hoja.
"Ni aunque el tiempo reuniese nuestra materia después de la muerte y de nuevo la dispusiese en el orden en que ahora se halla combinada, y de nuevo nos fuese otorgada la luz de la vida, en nada nos afectaría a nosotros este cambio, una vez que se nos ha interrumpido el recuerdo"
(Lucrecio: La naturaleza, III, 847-851)
Seremos otros (Lucrecio creía que unos mismos átomos, tras la disolución de los cuerpos, se reagrupaban para dar nacimiento a nuevos seres).
Lo que nos constituye son los recuerdos. Somos lo que recordamos haber sido.
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