Cuarenta días tras la Resurrección, Cristo ascendió a los cielos.
Pese al baile de fechas, la ascensión se conmemora, este año, hoy -o acaso fue ayer.
La Ascensión: un hecho tan singular que solo lo cuenta el Evangelio de Lucas -y las Actas de los Apóstoles, redactadas, seguramente, por el mismo escribano o los mismos autores que el Evangelio antes citado.
Los verbos en latín y en griego,utilizados en ambos textos, ascendere, en latín, y anapheroo y epairoo, en griego, se refieren a una misma acción: subir, como la ascensión del perro Cerbero del Hades, o de las psiques, como la de los muertos invocados, si bien epairoo introduce un matiz: la subida en física pero también anímica, y el verbo se traduciría más bien por exaltación: una subida de una fuerza interna que estalla en el exterior.
Una ascensión, sin embargo, conocida con el nombre de apoteosis -o regreso a los theoi, o dioses- no era desconocida en la antigüedad. Es lo que le ocurrió a Heracles (o Hércules) tras su suicidio, o a Rómulo, el fundador de Roma. Ambos regresaron a la vera de sus padres, Zeus (Júpiter), el Padre de los dioses, en un caso, o Marte, en el caso de Rómulo.
Sin embargo, esas situaciones no dan la medida de la ascensión de Cristo. Por un lado, este acontecimiento señala la desaparición física de Cristo de la tierra, aunque deja huellas visibles y duraderas, como su carne y su sangre bajo la "forma" del pan y del vino, transubtanciados durante el rito de la Eucaristía. Si Cristo se encarnó, se hizo humano, nació, vivió y murió en la tierra, fue para asumir y purificar la vida de todo ser humano, en tanto que Él se presentaba como el paradigma -o el modelo- de lo humano. Actuaba como un chivo expiatorio llevándose consigo todo lo que afecta negativamente a los hombres: la culpa y la muerte. Desde entonces, pues, libre la vida de la muerte, se instaura un estado de beatitud -en el que nos encontramos hasta el retorno definitivo de Cristo a la tierra pare cerrar los tiempos.
Pero, al mismo tiempo, la Ascensión señala la apertura de un nuevo tiempo, purificado: el fin de un orden, marcado por la muerte, y un nuevo tiempo, en el que la muerte no implica un final definitivo, sino tan solo un tránsito. Es decir, la Ascensión marca el retorno al Edén: tiempo inmaculado.
Con la Ascensión, y esta es la gran aportación teórica, y estética, de este acontecimiento, lo visible ya no es necesario. Se abre la vía, el contacto con lo Invisible. Ya no se necesita la presencia física de Cristo para la renovación de los tiempos, sino que sus huellas físicas y espirituales, gracias al Espíritu, son suficientes para el retorno al Paraíso.
La Ascensión implica una vuelta a los orígenes, al mismo tiempo que cancela las limitaciones humanas que necesitan ver para creer; necesitan pruebas, imágenes reconocibles, tangibles para poder acceder a lo Invisible (el mundo de las ideas, o de las formas puras).
Con la Ascensión se ponen las bases para la legitimidad del arte abstracto, para dotarlo de sentido, y se pone fin al predominio de lo visual y de lo táctil. Duchamp es una consecuencia insólita de la Ascensión.
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