Ahora que ya no portamos sombrero, que se alzaba un poco al cruzarse con un conocido -como analizó magistralmente el teórico de las artes Erwin Panofsky en los años 30-, los saludos, en Occidente, se sellan dándose la mano (o abrazándose): señales de que no se porta arma alguna, y que no se teme que el otro pueda dañarnos. Una mana tendida, abierta, evoca una ayuda brindada. Estamos dispuestos a rescatar a quien pudiera estar en dificultades. Del mismo modo, no recelamos de la ayuda que nos puedan aportar.
Saludos que se sellan, o se sellaban, de este modo.
La pandemia, hoy, conlleva la búsqueda de nuevos signos de reconocimiento: gestos que puedan descodificarse sin dificultad, y que sugieran apertura al otro, aceptación y entrega.
En los encuentros entre representantes políticos parece imponerse el tocarse los codos, un gesto que parece recuperado de alguna costumbre tribal, como si significara una vuelta a los inicios, pero que, en verdad, posiblemente sea una invención de meses.
¿Qué imagen queremos dar y damos?
La expresión codo con codo (o codo a codo) existe en varias lenguas: coude-à-coude, en francés, elbow-to-elbow, en inglés. Es significativo que la palabra se duplica y que ambas palabras se escriban unidas por un guión, como si formaran parte de una misma expresión. Ésta describe no solo una realidad física -codos que se tocan- sino que la dota de un valor ético: se suprimen o se silencian las diferencias para actuar conjuntamente, en una misma dirección, con un mismo fín, al unísono, de manera a conjugar las aportaciones, las fuerzas de cada uno. La individualidad se funde en la pareja. y lo que se persigue, persigue un beneficio, no material sino moral: el bien común. El codo a codo evita la codicia.
El codo a codo, en el saludo actual, es breve. Bien es cierto que se quiere evocar la disponibilidad a hallar intereses comunes y temas de diálogo, a despejar un espacio en el que ambos tengan cabida, pero la entrega no es absoluta. Cierta reserva se impone. El saludo codo a codo abre las negociaciones, pero no es aún una manera de proceder que se seguirá a partir de entonces.
Tocarse con los codos evita darse la mano, fuente de un posible contagio. Permite, además mantener las distancias. Pero, al apartar la mano, también se muestra que no se dará un golpe bajo. Las manos, que dar dar lugar a trapicheos, a actividades bajo la mesa, en este caso, se retiran. No entran en el juego.
El gesto de tocarse con los codos obliga a levantar ligeramente, no solo el brazo doblado, sino el hombro, lo que otorga un cierto -aunque fugaz- aspecto vagamente cómico. La tensión, la rigidez, la pomposidad, incluso, de un encuentro oficial, se disipa en parte gracias a este gesto un tanto ridículo. Cada uno se expone a la mirada irónica del otro, cada uno es consciente del ridículo que hace. Genera cierta complicidad: es un guiño. Situación que dura un instante pero que quiebra la posible frialdad del encuentro, quizá forzado. Por un momento, cada persona hace el payaso, un gesto infantil.
Así como el gesto de darse la mano puede alargarse y quien coge la mano del otro puede lograr que se sienta su fuerza, su dominio del otro, en las manos de uno, el tocarse los codos es un gesto visto y visto: como una descargada eléctrica, los codos, que se han buscado y dudado, se tocan y se retiran. Nadie se queda tocándose de codos para la posteridad. Nadie se impone. Pero el hielo se ha roto.
El gesto solo tiene sentido en estos tiempos: denota el temor al contagio, así como el temor a contagiar al otro. Señal de miedo y de respeto. No sabemos si este gesto perdurará en años venideros, cuando la pandemia no sea sino una pesadilla del pasado.
Pero este gesto no solo tiene sentido en las actuales condiciones. Cuando dos personas se tocan por los codos, se colocan de lado. Mas que el rostro, lo que muestran es la espalda. No tener cubiertas las espaldas implica exponerse. Significa que se confía en el otro. No se teme un golpe a traición, un ataque por la espalda. en el momento en que los codos se tocas, las caras no pueden verse. No se sabe pues qué es lo que el otro piensa, pretende o esconde. Se le suponen pues las mejores intenciones -si bien, a poco, los codos se retiran. Tocarse con los codos es un reto. Cada uno reta al otro. Obliga a echarse los temores a la espalda, evitando, sin embargo, actuar a espaldas del otro. Cuando uno da la mano, da una mano; la otra se la queda, y se esconde. Cuando uno se saluda acercando los codos, en cambio, toda la estructura del cuerpo, las tensiones se desbaratan, y bien podría uno perder pie, revelando así una insólita fragilidad, la necesidad, por tanto de contar con el otro, esperando cooperar. Un signo de esperanza, que abre a un futuro.
Un gesto para los tiempos actuales para poner fin a los miedos, los rumores y las críticas que nos echamos a las caras.
¿Qué lectura podría hacer Ud. de saludarse con una pequeña reverencia y una sonrisa, sin más movimiento de manos que juntarlas, a la tradicional manera oriental?
ResponderEliminarGracias. Un saludo con pequeña reverencia sonriente
Sin tener conocimientos de los códigos de comportamiento de la cultura en la que esos gestos se llevan a cabo a modo de saludo, sin saber incluso en qué ocasiones se sonríe y qué significa esta expresión, sería muy difícil interpretar esos gestos de saludo -como cualquier gesto que indique reconocimiento y deferencia, falta de animosidad.
Eliminar¡Un saludo!