Los cristianos celebran el domingo de Pascua que su dios finalmente se revela ser un dios (o Dios).
Este hecho culmina la vida del Hijo de Dios en la tierra. Los cuatro Evangelios, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, cuentan aquélla. Pero no solo divergen sobre lo poco que cuentan, sino son prácticamente mudos sobre dicha revelación.
Este hecho, la revelación de la divinidad del Hijo de Dios, constituye, en verdad, un "error" teológico que quiebra el tenso equilibrio entre las naturaleza humana y divina de Jesucristo.
Recordemos: Jesucristo es una divinidad única en la historia: es un ser humano a parte entera, que nace, se desarrolla y muere, y, al mismo tiempo, es una divinidad, que aparece y desaparece, como un cuerpo traslúcido o invisible. Este doble condición no se ha dado en ninguna religión. Los dioses siempre son invisibles, y adoptan formas visibles, incluso antropomórficas para manifestarse ante los humanos. Mas dichas formas o cuerpos son tomados de prestado. Los dioses se disfrazan de seres humanos para la ocasión -el encuentro con los seres humanos-, forma que abandonan en cuanto el encuentro cesa. Por otra lado, los dioses cambian de forma en cada ocasión. Se muestran como jóvenes o ancianos, hembras o varones, en función del encuentro.
Por el contrario, el dios cristiano asume una única forma humana. Y ésta le es propia, le pertenece. "Es" un ser humano -amén de un dios.
Sin embargo, esta perdurable doble naturaleza no le convierte ni en un superhombre -lo que podría ocurrir si la naturaleza divina influyera en la humana-, un error en el que caen quienes le juzgan, ni en una divinidad menor -debido a que su naturaleza humana lastraría, limitaría la divina. El dios cristiano es tanto un mortal cuanto un inmortal. Eso sí, vive (nace y muere) como un mortal, sin que estas etapas propias de una vida humana afecten su naturaleza divina.
El equilibrio entre lo humano y lo divino se rompió cuando la crucifixión. Quien muere es Jesús, el humano, y éste, a través de sus quejas, parece indicar que se siente engañado. Se descubre enteramente mortal, sin que su naturaleza divina le redima de la muerte o al menos suavice la agonía.
Tras su muerte, la Resurrección se contrapone al hecho anterior y es cuando Jesús (el humano) desaparece en favor de Cristo (el dios). El Hijo de Dios pierde su naturaleza humana en favor de la divina. La resurrección solo es posible si Jesucristo ha quedado transformado exclusivamente en Cristo (el Uncido, el Elegido): ya no es un ser mortal. El mágico equilibrio entre lo humano y lo divino, que sustenta la figura de un inmortal (el Inmortal) que es un mortal, se quiebra para siempre.
Los Evangelios, como he comentado, apenas mencionan la vida del Hijo de Dios tras su muerte. Lo que cuentan, someramente, en unas pocas líneas (Mateo y Marcos, sobre todo éste, son muy parcos, Lucas es algo más explícito, mientras que Juan afirma saber muchas cosas acerca de la vida de Cristo tras la Resurrección, pero se las calla), insiste en el carácter inhumano del resurrecto.
Los apóstoles, ante su vista, no pueden verle: no aguantan su presencia, no se sabe si por el deslumbramiento que sienten ante el resplandor de un cuerpo que ya no es humano (Mateo).
Jesucristo ya no tiene un solo cuerpo; se muestra de diversas maneras, lo que impide que sea reconocido; se comporta como un dios griego, por ejemplo. Entonces es raptado hacia o por lo alto (Lucas). Según Lucas, Cristo se acerca a dos discípulos que caminan hacia Emaús. No lo reconocen: "sus ojos están ciegos". Cuando, tras una repetición de la Última Cena, finalmente lo reconocen, Cristo se vuelve invisible. Tras este incidente, los apóstoles se encuentran. Cristo de pronto aparece entre ellos. El miedo les invade. Creen ver un espectro. Es entonces cuando Cristo, para probarles que no es un fantasma les muestra su cuerpo. No le creen. Les pide comida y come pescado a la brasa para que comprueban que es un ser vivo. Luego se separa de ellos y se eleva hasta desaparecer.
Según Juan, finalmente, María Magdalena, no lo reconoce: lo confunde con un jardinero. Ante la insistencia de Cristo, María lo identifica como un Maestro, pero al querer tocarlo, Cristo la rehúye. Su cuerpo ya no es carnal. Cristo vuelve a mostrarse, esta vez ante los apóstoles, reunidos, a puerta cerrada, en una morada. Sin abrir la puerta, sin que se sepa cómo accede, se manifiesta de pronto entre aquéllos. Y, a partir de entonces, tras narrar unos últimos milagros, Juan enmudece. No se sabe qué le ocurre a Cristo. Solo se sabe que "hizo muchas cosas", pero no sí desaparece o asciende a los cielos.
La Resurrección es un hecho doloso, en el fondo. La humanidad de la divinidad, su cercanía con los humanos, se desvanece. Cristo se manifiesta tan solo como un dios, otro dios: invisible, intocable e inalcanzable. Pero, seguramente, no podía ser de otra manera. No es más que un dios.
¿Domingo de alegría -o de tristeza?
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