El origen de las universidades (llemadas Estudios Generales, entre la Edad Media y el siglo XVIII) en Europa descansa en las escuelas monásticas y catedralicias, fundadas ya en el Imperio Carolingio en el s. VIII, que mantuvieron a profesores y crearon aulas, una vez descompuesta o transformada la administración del Imperio Romano de Occidente, hacia el siglo VII.
La primera escuela caedralicia de la Corona de Aragón data del siglo XIII. Se instaló en la catedral de Lérida, tras un Concilio provincial que allí tuvo lugar. Cincuenta años más tarde, dicha escuela adquirió rango universitario, convirtiéndose en el primer Estudio General de la Corona de Aragon, y uno de los primeros, no solo de Hispania, sino de Europa.
La razón que impulsó la creación de la escuela de Lérida no fue religiosa -aunque se propugnaba el cuidado del alma (anima, en latín), diríamos hoy que del espíritu-, sino educativa: combatir la ignorancia en temas como la gramática, uno de los pilares de los estudios de Arte, en concreto del trivium, junto con la Retórica y la Dialáctica, las artes para aprender a hablar, es decir a pensar, y a comunicarse, a dialogar, aprendiendo a asumir los puntos del vista del otro.
Ochocientos años más tarde, como escuchamos en los medios de comunicación y en las campañas políticas, la gramática, la retórica y la dialéctiva, las artes del buen hablar y escuchar, han desaparecido:
"Habiéndose piadosamente mandado en el concilio general que no solo en las catedrales, sino en otras iglesias que tengan rentas suficientes, se establezcan maestros con beneficio cóngruo, que allí se dediquen a la enseñanza; y considerando nosotros que en España por falta de estudios e instrucción resultan muchos e intolerables prejuicios a las almas, no solo mandamos se observe la indicada constitución en los lugares establecidos, sino que también ordenamos que para extirpar la ignorancia se multipliquen las escuelas, de modo que en cada arcedianato en lugares determinados, si se hallaren a propósito, se creen escuelas de gramática por provisión del obispo, dotando para ellas maestros. Si no pudiera pagarlos la iglesia del lugar donde se hubieren establecido, realicese por las que se hallen en las inmediaciones; no sea que por falta de maestros los iletrados puedan hallar excusa a su ignorancia"
(Canon del Concilio tarraconense de Lérida, 1229. Original en latín)
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