Buenos o malos, amables o duros, deseados o temidos, placenteros, horrísonos o tan solo indiferentes, los hechos del pasado, sin que sepamos porqué, no habiendo buscado evocarlos, olvidados desde hacía tiempo, pueden ser recordados con nitidez, revividos de algún modo.
Pero también es cierto que buscamos recordar los hechos memorables, sea cual sea su importancia, mientras que tratamos de acallar la reminiscencia de lo que no hubiéramos querido vivir y que no queremos volver a encontrarnos, devolviéndolos al hondo pozo negro del que no hubieran tenido que sacar la cabeza.
Las casas y los lugares del pasado también son recordados. Si el recuerdo el placentero y deseado, si se persigue -aunque los recuerdos son elusivos y no responden a nuestros deseos-, la casa recordada es arquitectura, mientras que la casa en la que habitamos aquí y ahora es una construcción. La arquitectura es una construcción soñada con placer.
Mis padres alquilaban un modesto piso en una ciudad costera: unas pocas estancias que daban a un patio de luces, o a la calle. Apenas los padres nos habían puesto en la cama -teníamos cuatro o cinco años-, hacia las ocho de la noche, un zumbido continuo mecánico se activaba: el ruido del motor de la máquina que traía el agua hacia los pisos. Curiosamente, esta monótona melopea, de corta duración -no hubiera podido dormir sin escucharla por lo que debía estar en casa cuando aún era de día- que lentamente se desvanecía nos adormecía. Tengo la impresión que aún la escucho. Uno de los recuerdos más placenteros que abría la puerta a los sueños, a los que accedían confiados porque el sonido velaba sobre nosotros. Los padres y sus amigos podían entonces descansar.
Este piso pequeño y no muy luminoso, no debía tener nada de especial. No sé si aguantó la embestida del turismo masivo. El pueblo, entonces, apenas se estaba abriendo a los foráneos, y conservaba aún las barcas que, de noche, salían a la mar con un canal encendido, para atraer a las sardinas a la superficie y apresarlas en las redes. Se trataba sin duda de una construcción insignificante. Pero es (es ahora) arquitectura porque qué no daría para volver a pasar las noches de estío cobijado, protegido en su interior. La construcción, en efecto, es prosaica. El recuerdo anhelado la transfigura en un palacio deslumbrante -porque inexistente.
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