El trabajo del arquitecto occidental, desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces, no consistía tanto en proyectar edificios, sino, al igual que el del pintor, decorados para festejos reales: desfiles, espectáculos teatrales y musicales, entierros, bodas reales, triunfos militares, etc…. Se trataba de construcciones efímeras deslumbrantes, muy relacionadas con el género pictórico del capricho arquitectónico, aparecido cuando el Manierismo, y de gran prédica durante el barroco y el gusto por las ruinas del siglo dieciocho, consistente precisamente en paisajes arquitectónicos y de ruinas clásicos, dispuestos como en un escenario teatral: un mundo de ensueño e inquietante a la vez, despoblado de figuras a menudo, como en un mundo abandonado o extinto.
Hoy, los arquitectos ya no tienen el amplio e imaginativo campo del espacio ceremonioso y festivo para proyectar sus visiones espaciales.
El arquitecto italiano Enzio Frigiero, fallecido este mes, sí lo tuvo. Supo jugar con las arquitecturas y las plazas de ciudades ideales renacentistas pintadas para componer escenografías teatrales y operísticas que, junto con los juegos de luces, no necesitaban del movimiento de los actores, los músicos y los cantantes, para evocar universos del otro lado del telón mucho más fascinantes que los que miraban hacia las gradas.
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