Liber Chronicarum (Libro de Crónicas), publicado en la ciudad germánica de Nuremberg en 1493, es una monumental obra tardo-gótica y de los inicios del Renacimiento nórdico que narra los eventos más importantes de la historia (del mundo conocido), desde la creación del mundo, el diluvio y la construcción de la torre de Babel, hasta el desarrollo de las ciudades en el primer renacimiento.
Esta obra, redactada en latín y en alemán, contiene unas mil ochocientas ilustraciones. Fueron obra del grabador y pintor Michael Wolgemut y de su taller, en el que se formó Durero, quien pudo participar en algunas xilografías. Éstas se publicaron en blanco y negro y coloreadas, algunas a doble página.
Entre las imágenes destacan vistas urbanas. Son ciudades mediterráneas y europeas, tanto del Norte como del Sur; ciudades del pasado y del presente, existentes o que existieron, o imaginarias (aunque consideradas entonces reales).
Se trata de una de las primeras obras occidentales -o quizá la primera- con tantas vistas de ciudades "orientales" o del próximo oriente antiguo, todas descritas en la Biblia o en textos clásicos: Nínive, Babilonia, Menfis, Damasco, Jericó, Jerusalén, Sodoma, Alejandría, Troya, Cartago, Atenas, Corinto, Constantinopla y Bizancio, entre otras.
Uno de los rasgos significativos es la representación del Edén construido, lejos de la imagen impoluta y virginal, previa a la intervención humana, que la Biblia describe.
Algunas ciudades se representan varias veces; tal es el caso de Babilonia, mostrada como una ciudad entera y como una ciudad destruida -en una imagen característica, con los edificios volcados, incluso cabeza o techo boca
En algunos casos, la representación atiende fielmente a algunos monumentos, como ocurre con Constantinopla o Jerusalén. En otros, sin embargo, una misma vista "representa" a diversas ciudades -así, Marsella, Niza, "Lituania".
Las vistas urbanas se refieran a ciudades pero también provincias o culturas (Italia, Histania, Gallia....).
La noción de representación fidedigna es distinta de la que se impondrá en Occidente a partir del siglo XVII. Una imagen remite a una ciudad no tanto por lo que muestra sino por la inscripción que la distingue. No solo no se tenían los conocimientos visuales actuales, sino que la precisión topográfica empalidecía ante la fuerza de la palabra, del nombre.
Esta obra monumental creó una imagen ecuménica del mundo, en la que el pasado y el presente, Occidente y Oriente se encontraron en igualdad de condiciones. En concreto, destaca la imagen de una Babilonia no siempre proscrita, entera, semejante a otras ciudades -del mismo modo que Nínive se muestra también libre de la maldición bíblica.
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