Enviada por el arquitecto Pedro Garcia del Barrio, recientemente en la capital iraquí
Desde 2004, y aún hoy, Bagdad está troceada por un sinnúmero de altos muros de hormigón, levantados con pesados placas Texas, que protegen edificios, amurallan barrios y bloquean el paso por vías de comunicación, intentado evitar los coches bomba y el lanzamiento de explosivos que se suceden desde la caída del presidente Saddam Hussein en 2003.
Ayer, algunos muros fueron derribados tras años de promesas, cumplidas solo en parte (a causa de la soterrada violencia o el explícita terrorismo, por diversas causas y agentes), de retirada.
Un proyecto de rehabilitación de un distrito de la capital iraquí, ya en 2012, de los arquitectos AV62 y Pedro Garcia del Barrio, promovía derribar los muros sin retirarlos, sino utilizarlos como plataformas para componer pasos y paseos a lo largo del río Tigris que atraviesa Bagdad. El impedimento. el muro impenetrable, se convertía en una invitación al paseo y al encuentro, suturando la división que el muro, como un profundo corte, establecía.
Marta (cuyo santo se celebra hoy, 29 de julio); otro ejemplo de la deuda que tenemos con Mesopotamia. Aunque Marta es un personaje bíblico, el nombre propio deriva de un nombre común acadio, martum, con varios significados (muchacha, hija, princesa), siempre evocaciones femeninas .
Marta y María eran hermanas que vivían en Betania, cabe Jerusalén. Su hermano era Lázaro, célebre por haber sido resucitado por Jesucristo, precisamente por el amor que éste sentía por Marta, en cuya casa se refugió para huir de las amenazas que se cernían sobre él en Jerusalén.
La leyenda cuenta que los hermanos eran de estirpe real. Mientras que María reinaría en Jerusalén, Marta lo hizo en Betania. Esta división reflejaba sus divergencias morales. María era contemplativa. Cuando Jesús predicaba, María se acurrucaba a sus pies embelesada para escucharlo, mientras Marta se ufanaba para atender al séquito de Jesús, preparar la comida y cuidar la casa.
Porque Marta era la señora de la casa. De hecho, era y es la protectora del hogar. Su mérito más aclamado aconteció en la ciudad de Tarascon a la que llegó por mar tras abandonar Tierra Santa. La ciudad francesa vivía aterrorizada por el Tarrasco, un monstruo híbrido, mitad pez, mitad serpiente, un dragón con garras de ave de presa y cola de león, hijo de Leviatan (el feroz dragón marino con el que Yahvé luchó cuando la creación del mundo), que vivía en lo hondo de los ríos, cuyas crecidas, azuzadas por Tarrasco, destruían campos y ciudades. La fiera, carnívora, se amilanó apenas Marta desembarcó, tendiéndole una cruz y salpicándole con agua bendita que portaba en una jarra (que pronto se confundió con un barreño de fregar), pudiéndolo encadenar, y salvando los hogares, cuya limpieza, física y moral, cuya acomodación y protección está siempre a cargo de Marta, una figura que simboliza y sustenta la tradicional asociación entre el hogar y el cuidado femenino, la pureza, la limpieza y la santidad del hogar. El imaginario arquitectónico le debe mucho -o todo.
Recuerdo una reciente conversación ajena en un tren, por teléfono móvil: el pasajero, con voz fuerte, comentaba la reserva estival de un hotel de la costa española, de calidad, si bien ubicado en un polígono industrial cabe un prostíbulo, lo que dio lugar a inevitables chanzas antes de que el invisible interlocutor, seguramente, manifestara su absoluto rechazo a unas vacaciones en semejante entorno.
Un hotel con una cama de matrimonio en forma de corazón con una colcha sintética de color rojo brillante, y laterales fruncidos; un hotel con una lamparita de mesa con luz roja; una habitación con un armario-ducha; o con una cama sin sábanas y las paredes maculadas por insectos aplastados; hoteles con discotecas en planta baja, cuyas paredes retumban con la música a todo volumen; hoteles inacabados ; con sábanas que han vivido y no se han lavado en mucho tiempo; habitaciones tan pequeñas que no cabe el equipaje si no es encima de la cama; moteles con estalactitas recreando una gruta alpina… la variedad de habitaciones de hotel es casi infinita, y suscita una mezcla de nostalgia y repugnancia, de incredulidad y de ternura, de indignación y renuncia ante la evidente caradura, los desvelos, los deseos de agradar, la pobreza y la desidia, y la diversidad e imprevisibilidad de los gustos.
Los hoteles que no pertenecen a grandes cadenas hoteleras son un espejo de los deseos y las miserias, la imagen que se quiere ofrecer al visitante, víctima de un timo o de costumbres, posibilidades o ideales muy distintos de lo que esperamos.
Un hotel es una invitación a adentrarse en un interior que se abre y se protege a la vez.
El fotógrafo Roger Grasas ha retratado durante años modestas habitaciones de hotel, singulares, entrañables, extravagantes, deprimentes o risibles, enfocando siempre detalles que revelan qué se ofrece y qué se espera. Son las habitaciones que se descubren, con temor o esperanza, curiosidad o recelo, apenas se entreabre la puerta desde el pasillo. Habitaciones aún no habitadas, y que haremos nuestras, nos rechazarán o desestimaremos. Habitaciones de una noche de placer o de insomnio, si bien, pese a sus pobre lujo forzado, o su aire fúnebre o monacal, o sus excesos, no tienen porque impedir el sueño, en los dos significados de la palabra.
El cine es -o era, antes de las llamadas redes sociales- un poderoso creador y divulgador de imaginarios artísticos, arquitectónicos y decorativos, y de pautas de comportamiento personal y social. De las cocinas americanas al cuelgue de cadenas y cerrojos metálicos dorados en las barandillas de los puentes, costumbres a veces sorprendentes y modos de vida se han generado y diseminado a través del cine, la televisión y hoy vídeos y videojuegos.
El pop art hizo mucho (bien y daño) por la aceptación del “arte moderno”, es decir, decorativo, colorístico, abstracto, vagamente humorístico y esotérico. Las películas, a finales de los años sesenta, de “estética pop” también promovieron un arte decorativo que no fuera excesivamente abstruso, sino un poco chocante, sin causar demasiados quebraderos de cabeza. No se trataba precisamente de promover a los violentos y perturbadores Accionistas vieneses de los años 50 y 60. Por otra parte, el humor -del humor inglés al esperpento, de Tati a Dino Risi- puede ser aún más eficaz que el tremendismo para poner de manifiesto, sin moralismo ni insistencia, situaciones y acciones ridículas, absurdas o grotescas.
Se ha escrito, seguramente con acierto, que la comedia bufonesca del cineasta Blake Edwards, The Party ( El Guateque), de 1968, recordada hoy en el año del centenario del nacimiento del cineasta, ayudó a popularizar cierto arte moderno, entre abstracto y geométrico, coloristico en todos los casos. La acción acontece en una supuesta mansión moderna de Hollywood, amueblada con sillones llamativos, atractivos, aunque no muy cómodos, de conocidos arquitectos como Jacobsen, tapizados con telas de colores ácidos, y decorada con cuadros y esculturas casi caricaturescos, aunque sin duda de artistas conocidos en California ( los cuadros del propio cineasta recuerdan a los que decoran la villa). La villa era un decorado construido en un estudio, a cargo de la pareja de decoradores Reg Allen y Jack Stevens, conocidos por sus interiores en mansiones californianas.
La influencia de El guateque en el arte contemporáneo se puso de manifiesto en una exposición de 2018, en la que se presentaba la obra del italiano Maurizio Cattelan, The Parrot, consistente en un loro (vivo), un guiño al soterrado protagonista de la película, un loro enjaulado cuyos gruñidos y ruidos diversos no solo no cesan durante toda la proyección sino que son imitados por el protagonista, en una escena memorable.