La celebración del día de los muertos, hoy, primero de noviembre, en los países católicos (no en los protestantes) nos puede llevar a preguntarnos por el significado del cementerio y su relación con la ciudad.
Los cementerios se ubican fuera del perímetro de las urbes, una organización espacial que se remonta tanto a Grecia cuanto a Roma (y a Etruria). Del mismo modo, en Egipto, los muertos se enterraban fuera del recinto urbano, si bien en este caso la relación con la ciudad -una relación tensa- se manifestaba bajo la forma de cementerios compuestos a imagen de la ciudades, ciudades de los muertos las fachadas de cuyas tumbas, dispuestas en calles, reproducían las fachadas de las casas de los vivos, si bien eran una ilusión. Tras las fachadas no existían estancias. Los espíritus no necesitan espacios para morar ni puertas para desplazarse de una estancia a otra. Cruzan las paredes y viven en las piedras. Son piedras.
Los cementerios cristianos se hallaban en las ciudades (así como en los monasterios) porque los muertos se enterraban cabe las iglesias, en huertos adosados a aquéllas, a la espera de la Resurrección, a fin de gozar de la protección divina.
En el imaginario antiguo, los muertos dormían. Hipnos, el dios de los sueños , era hermano de Tanatos, el dios de los muertos. Los muertos se acostaban para siempre. Acostarse, en griego, se decía koimaoo. De ahí, cementerio: el gran dormitorio.
Los muertos penetraban en la tierra para siempre. Vivienda en las profundidades. Desde lo hondo velarían sobre la vida en la superficie, sobre las moradas. Eran como raíces, las raíces de la vida, ocultos pero vitales como son las raíces.
La ciudad -la ciudad de los vivos- era la civitas, una palabra que empieza con la misma sílaba que la palabra cementerio (cimetière, en francés). La asociación no es casual. Ambas palabras proceden de un mismo radical indoeuropeo que significa echar raíces.
La ciudad exige el asentamiento. Se opone al nomadismo, y a los sin tierra. La ciudad se funda y se fundamenta en y sobre unos sólidos cimientos que se adentran en la tierra, en el mundo de los muertos. La ciudad es el espacio de quienes sueñan en vida, un sueño que solo acontece cuando se ha hallado un espacio propio y se ha podido “echar raíces” en una tierra que se ocupará para siempre, como ser viviente y como difunto.
Los cementerios y las ciudades no se oponen sino que son dos muestras de la ocupación permanente de la tierra, dos maneras complementarias, sucesivas de asentarse, dos consecuencias de haber hallado un lugar en la vida, un espacio donde demorarse, morar y descansar (bajo la luz y en el ocaso).
Para Mónica Gili, quien mejor ha reflexionado sobre el lugar de los muertos
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