La escritora tardo-medieval francesa Cristina de Pizan redactó una célebre obra, La ciudad de las mujeres, en la que describía una ciudad fundada y poblada por mujeres, para mostrar que las mujeres, a lo largo de la historia, desde la reina babilónica Semiramis, han contribuido a la civilización del mundo, y han podido disponer de un refugio para desarrollar sus dotes y sus visiones, sin la tutela de los varones. Todas las mujeres desde la noche de los tiempos habría contribuido a la edificación de este espacio protector, incluyendo a las indómitas Amazonas.
Esta ciudad innominada no fue la única que se construyó para y por las mujeres, ni fue la primera.
Narra el poeta persa medieval Ferduosi, en su largo poema épico El Libro de los Reyes, o Shahnameh, sobre la historia de Persia desde la noche de los tiempos, que un rey llamado Iskandar, que recorría el mundo, desde Andalucía, Gran Bretaña hasta China, pasando por el Edén y los infiernos, sin sortear los países poblados por las más extrañas figuras y los monstruos horrísonos, un rey más conocido como Alejandro el Magno, alcanzó un día la ciudad de Harum.
Ésta se caracterizada por una bulliciosa avenida central (Shahnameh, VI, 1235 y ss). Esta ciudad había sido fundada por las Amazonas y sólo éstas podían vivir, con sus hijos, que gestaban uniéndose a héroes fuera de la ciudad, a la que regresaban en cuanto habían quedado encintas.
Esta ciudad es mucho menos conocida que la que Cristina Pizan describió cinco siglos más tarde, pero las salvajes Amazonas, a las que nadie podría embridar, y que para los atenienses simbolizaban la vida incivilizada, ya eran conocidas en Grecia por haber fundado otras ciudades y morado en éstas (al contrario que los Cíclopes, tan salvajes como las Amazonas pero incapaces de vivir en comunidad, como unas personas civilizadas) , si bien ninguna con la fascinación que la misteriosa y desconocida ciudad de Harum desprende.
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