Leonora Carrington: El arca de Noé, 1962.
Exposición sobre la artista en la fundación Mapfre, Madrid
El dios de los cielos se enfadó con los seres humanos. El bullicio no le dejaban dormir. Decidió castigarles con un diluvio. Solo salvaría la vida de un hombre santo llamado Noé. Le ordenó que construyera un arca grande como el mundo y que, apenas empezara a llover, mandara que representantes de todas las profesiones y parejas de todos los animales se apresuran a acceder en su interior. Apenas hubo entrado el último animal, Noé cerró la escotilla. Las compuertas del cielo se abrieron.
Las aguas subieron. De pronto, Noé se dio cuenta que se había olvidado de unos animales sin los cuales la vida no tendría sentido: los animales que pueblan imaginación: el unicornio, la Hidra, el dragón que escupe fuego, el grifo, la sirena, el caballo Pegaso, el conejo con reloj de bolsillo, el ratón Pérez, el ave fénix, el águila de tres cabezas, la serpiente emplumada, el elefante volador, el pepito grillo, el gato con botas, y la rana que quería ser tan grande como un buey.
La lluvia cesó. El arca se detuvo. Noé abrió la escotilla. Apenas los animales y los maestros artesanos hubieron tocado tierra, imploró a los artistas que devolvieran a la vida a los animales soñados, incluso a los que aún no se habían soñado,, y a los arquitectos que reconstruyeran las casas que hacían volar la imaginación : el castillo en los aires, la ciudad esmeralda, la agridulce casita de mazapán, el palacio de Nunca Jamás.
No todos los animales fantásticos pudieron volver a la vida. Y la vida ya no fue como antes, en los tiempos del mito, cuando los hombres aún creían que un día, cualquier día, un pájaro de fuego les llevaría al cielo.
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