De padres rusos, nacido en Francia y exiliado en California durante la Segunda Guerra Mundial, el fotógrafo de la agencia Magnum Elliott Erwitt supo exponer la crudeza, humanidad, y absurdidad de la vida urbana, a través de imágenes entre cómicas y patéticas, desde puntos de vista insólitos, perrunos, a ras de suelo, a menudo. Son los pies y las pantorrillas, acompañadas de caniches y perros babeantes de mirada triste (antropomorfizada), los que dejan intuir a la persona, y su carácter, cuyo rostro queda fuera del marco. Nueva York (y París), museos (el lugar perfecto en el que se confronta la carne y la piedra, la figura imperecedera y petrificada, el juego de miradas entre quienes se exponen -unos porque han nacido para exponerse y otros porque sé exponer al mirar de soslayo lo que querrían ver pero no deberían- y la persona en vida pero mortal), y mascotas (los únicos seres vivos que miran a la cámara como si solo éstos tuvieren conciencia -de que despiertan el interés) componen un mosaico urbano, tierno e irónico, que muestra situaciones que ponen al descubierto la fragilidad y el sinsentido -al tiempo que su valor- de la vida humana.
Una exposición antológica en París recuerda a este fotógrafo que bien hubiera podido ser un escritor de agudas comedias en el siglo de las Luces.
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