El arte mesopotámico llegó a la revista Vogue en 1949. Fue su entronización en el imaginario moderno -ya familiarizado con esta cultura tras la difusión pública y popular por la prensa de finales de los años veinte de los descubrimientos arqueológicos de las timbas reales de Ur, comparables a los hallazgos, tres años antes, del ajuar de la timba egipcia de Tutankhamen.
El fotógrafo alemán Horst, uno de los más grandes, formado inicialmente en el estudio de arquitectura de Le Corbusier en Paris -lo que le apartó definitivamente de la arquitectura-, publicó fotografías de esculturas y monumentos de Persepolis en la revista Vogue de noviembre de 1949 imágenes de rostros sobrehumanos -de monstruos, seres híbridos, mitad humanos mitad toros, guardianes de la sala del trono del palacio real-, vistos desde un ángulo inferior, como si fueran cabezas, rostros, incluso, aislados, imponentes, que no desdeñan mirar al ínfimo observador. Figuras pétreas ensimismadas, o desdeñosas, muy por encima de las vicisitudes humanas.
Una de las imágenes más célebres del arte mesopotámico que se pueden contemplar en una gran exposición en el palacio Grassi de Venecia hoy.
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